3 de marzo de 2007

Apuntes para una cronología argentina de Joaquín Sabina

Publicación original: Revista Teína

Éxito de masas y fenómeno de culto, todo a la vez. Las entradas se agotan, los recitales se multiplican, la adoración se renueva. Sabina y la Argentina protagonizan una historia de amor difícil (¿imposible?) de explicar. Un espejo roto del que aquí se recopilan, apenas, algunos fragmentos.

2006. Noche del sábado 16 de diciembre. Buenos Aires acoge una versión condensada y posmoderna del diluvio. La tormenta acabó con una seguidilla de días de calor, inundó algunos barrios y obligó a Joaquín Sabina a terminar antes su recital. ¿Cualquier recital? No: ése que había esperado durante tanto tiempo, en la cancha de su querido Boca Juniors, el encuentro en un estadio con el público argentino que lo adora. Gran parte de los equipos de sonido se averiaron, las pantallas gigantes del escenario terminaron destrozadas. Con el comienzo de la lluvia, Sabina había anunciado: «Nos importa un carajo que venga el diluvio universal». Al rato sí le importó: «Me quedaría, pero me dicen que corremos peligro». Esa noche, c'est fini.

1988. Mi primer recuerdo sabinesco: en mi casa, una radio clavada en una sintonía, en la cual sonaba y sonaba una canción. No le prestaba mayor atención, pero a fuerza de reiteraciones un estribillo quedó grabado en el historial de mi disco rígido: «…siempre daban/ una de romanos». No tenía idea de quién era el intérprete. Yo tenía diez años y mis intereses musicales eran remotos. La frase «una de romanos» me remitía menos a las películas de los sábados de superacción por canal 11 que a la publicidad del Merthiolate incoloro. Muchos años después me enteré de que ese que cantaba era Joaquín.

2006. Dos semanas antes de los conciertos en la cancha de Boca, me avisan que voy a trabajar en un especial multimedia sobre Sabina que se publicará en Clarín.com. Hay que entrevistar gente cercana y tratar de hablar con él mismo. Se habla de la posibilidad de acompañarlo en alguna de sus presentaciones en el interior: Córdoba, Rosario, Mar del Plata… A Joaquín es difícil acceder, pero no a Panchito Varona, su guitarrista y amigo desde hace veintitantos años. Concertamos una entrevista en el hotel porteño en que se alojaría para el jueves 7 de diciembre a las 10 de la mañana. Pero siempre hay un pero: el show en Montevideo, que debía ser el martes 5, se pospuso un día. ¿El motivo oficial? Que el bloqueo de las rutas por parte de los asambleístas de Gualeguaychú impidió la llegada en término de los equipos de sonido. ¿El real? Ese mismo día se cayó el techo del escenario, e hizo falta trabajar toda la noche para repararlo. Días después vi la foto del escenario caído, nunca publicada para evitar el papelón público del organizador local. Así que todo se demoró, y no hubo entrevista en el hotel. La charla quedaría para otra oportunidad.

2006. Madrugada del domingo 17 de diciembre. «Ya está, se terminó todo». Joaquín y sus músicos creían que, luego del desastre causado por el clima en instrumentos y otros artefactos, se había terminado la gira «Carretera y Top Manta». No había segundo Boca, no había concierto en Chile. Sin embargo, los empleados de la organización trabajaron toda la noche y todo el día, y el domingo, a pesar de las previsiones, el show pudo continuar.

1989. Lunes 27 de marzo, teatro Ópera. Primera presentación de Joaquín Sabina en Buenos Aires. ¿Ya era conocido en esta ciudad? Su música había comenzado a circular a principios de los ochenta, a través de casetes truchos copiados de otros casetes truchos, pero «Una de romanos» fue el primer hit. Y aquel primer show estuvo rodeado de incertidumbres, porque si al comenzar el recital las localidades no estaban todas ocupadas ni Sabina, ni sus músicos ni los productores verían el teatro medio lleno: lo verían medio vacío. Esa fábrica de mentiras piadosas que es la memoria germinó tres versiones diferentes:

-No se vendió ninguna entrada y las regalaron todas (versión de don Joaquín);
-Creían que no iban a vender ningún boleto y los vendieron todos (versión Alberto Miguel, productor de todos sus conciertos en la Argentina, desde aquel Ópera hasta los de Boca);
-Vendieron la mitad y, para llenar el lugar, regalaron las demás (versión de Panchito Varona).

Esa noche fue el comienzo de la historia de amor que ya lleva casi dos décadas.

2006. Miércoles 1 de febrero. Cola en el Gran Rex para comprar entradas para el recital de Joaquín Sabina, que vuelve luego de más de cuatro años. Se me acerca una periodista de televisión, me hace unas preguntas estereotipadas y yo le respondo alguna pavada que nunca saldrá al aire. Los movileros estaban ahí por las largas filas y el largo fenómeno Sabina. ¿Oh sorpresa? No debió serlo. Sabina no estaba pero estaba. Su presencia se expandió con el boca a boca, canción a canción, bar a bar, vía cedés truchos en la calle y los trenes, tributos e imitaciones, pósters en las paredes de los boliches con fragmentos de sus poemas para que se inspiren los noctámbulos. Bares llamados «Joaquín» o «Joaquinito» o «Joaco» o «Joaquina» —juro que vi todos esos nombres— y tantas otras variaciones. Detrás de esa expansión, el misterio: qué será de su vida, dicen que no va a cantar más, que tiene cáncer, que se le cortaron las cuerdas vocales, que ya se murió pero sigue cabalgando sobre la Babieca de su cancionero. Ganando batallas, por supuesto. Entonces, ¿se puede explicar esa historia de amor? ¿Pretender hacerlo con un artículo, con una cronología, con un tratado sociológico, con algo por el estilo? Más bien dejarlo así.

2006, una vez más. Noche del domingo 17 de diciembre. El show pudo continuar, y fue inolvidable. Un concierto antológico, un regalo para todos los fanáticos que ese día sí pudieron disfrutar de todo el repertorio, tres horas de recital con un Sabina pleno y perlitas como el dúo con Fito Páez, para sellar una reconciliación tras ocho años de peleas. Fue un concierto más eléctrico, como había prometido Alberto Miguel. Fue un encuentro emotivo con el público de Buenos Aires, como nos había dicho Panchito Varona, por teléfono, que fue como finalmente pudimos entrevistarlo.

1949. Sábado 12 de febrero. En Úbeda, Jaén, nace Joaquín Ramón Martínez Sabina. Etcétera, etcétera. Internet está llena de esos datos que se conocen como biográficos, así que no desperdiciaremos píxeles aquí.

2007. Primeros días de enero. En la bandeja de entradas de mi correo electrónico, tengo un mensaje de Pancho Varona. Pide perdón por la tardanza en responder: yo le había escrito el 15 de diciembre, el día que publicamos el especial multimedia en Clarín.com. Agradece ese trabajo y, con su particular don de gentes, agrega: «Me encanta de vez en cuando verlo». Mi respuesta también se demora, va tarde, el 12 de febrero. Saludos a Joaquín, que está cumpliendo sus 58. Que habrá festejado allá en Madrid, en Tirso de Molina, mientras la Argentina vuelve a soñar con visitas y recitales y una gira con su amigo Serrat, que se llamaría «Dos pájaros de un tiro», según leemos por ahí… Por ahora, descansará. Y escribirá. Y compondrá. Y cantará a veces y soñará, sí, con conciertos nuevos. Hasta que le den ganas otra vez de volver a la carretera. En este 2007, en el 2008 o cuando fuere. Cuando fuere, aquí, en Buenos Aires; lo estaremos esperando.

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