1 de marzo de 2007

Entrevista a Gabriel Báñez: «La literatura es inamovible, pero la escritura es algo vivo, anárquico, tumultuoso»

Publicación original: Revista Teína

—¿Gabriel Báñez?

Lo pregunto creyendo que la respuesta será «sí, claro, subí esta escalera, andá hasta el final del pasillo, la última puerta a la derecha». Pero no. Lo que recibo es una expresión de perplejidad:

—¿Cómo?
Me explico:
—La editorial «La Comuna».
—Ah, sí.

Entonces llegan las indicaciones claras y precisas. Ingenuamente, había pensado que Gabriel Báñez debía ser un tipo reconocido en su lugar de trabajo: uno de los escritores platenses más trascendentes a nivel nacional, con más de una decena de libros publicados, sus últimas novelas aparecieron con los sellos de Sudamericana y Mondadori… Sin embargo, cuando entro en el Pasaje Dardo Rocha —el centro cultural más importante de La Plata, en cuyo edificio está la sede de la editorial municipal que Báñez dirige desde hace seis años—, ninguno de los grises empleados lo conoce. Cuando al fin doy con él (segundo piso, final del pasillo, última puerta a la derecha), le señalo mi sorpresa:

—No te conoce nadie acá.
—Mejor —susurra él con una sonrisa torcida, pícara.

«LOS ESCRITORES SOMOS TODOS PROVINCIANOS»

Báñez tiene 55 años y vive desde siempre en La Plata. Es alto, corpulento, calvo. Habla con voz grave y segura, sentado a su mesa de trabajo sobre la que no hay más que papeles. Su oficina, con un techo bien alto y una ventana bien angosta y todo allí bien recubierto de austeridad, es la mitad de una sala partida en dos por un mueble gigante. La otra mitad es el «despacho» de Soledad, su secretaria, que desde el otro lado oirá la conversación. Lejos y cerca. Un poco como La Plata y Buenos Aires, que se escuchan y se ven a lo lejos pero saben, ambas, que «lo grande» pasa sólo por una de ellas.

—La Argentina es un país muy centralizado, en el que todo se dirige desde la Capital. ¿A vos en qué te favoreció y en qué te perjudicó ser de La Plata y vivir siempre acá?
—En realidad los escritores somos todos provincianos. Hace algunos años estuve trabajando en varios medios en Buenos Aires, y fue eso lo que aprendí. No creo que haya mucha diferencia entre alguien que vive allá y otro que vive acá. Quizás en algunos establece cierta tensión, pero creo que tanto un autor de Nueva York como uno de Sydney, o de Buenos Aires o de La Plata, en el fondo me parece que somos algo así como provincianos.

—¿Nunca te sentiste «discriminado»?
—Me lo han dicho. Pero a mí me encanta, porque no me preocupa. Yo podría haber seguido en Buenos Aires pero, por decisión propia, soy de acá y escribo acá. No creo tener mayores ventajas que un porteño, ni que un porteño tenga ventajas sobre mí. Me parece que hay un prejuicio sobre eso, y es un prejuicio de gente del interior que se la toma con los porteños. Hay algo así como peyorativo en el interior sobre la mirada porteña. Yo creo que debería ser al revés. Cuando trabajaba allá, mis mejores amigos han sido porteños, y la gente más dura ha sido gente del interior que se ha «aporteñado», lo que a veces es mucho más… peligroso, ¿no? No peligroso sino… eso de querer ser más porteños que los porteños…

—Algo así como la fe de los conversos.
—Algo así.

ESCRITURA VERSUS LITERATURA

—En las solapas de muchos de tus libros se te califica de «secreto», así, entre comillas. ¿Vos te considerás un escritor secreto?
—No. Lo que pasa es que no me interesa mucho la literatura. Me importa la escritura, que es distinto. Sobre la literatura uno puede establecer cierto canon, lo que es la academia y el mercado, esa tensión. Pero a mí me importa la escritura. Y en la escritura, en el campo del lenguaje, creo que nadie es secreto. Creo que todos decimos apenas lo que podemos decir.

—Esta diferenciación entre literatura y escritura vos ya la mencionaste en entrevistas anteriores. ¿Considerás la literatura como lo que está dentro de esa tensión mercado-academia?
—No. O en parte. Me parece que literatura es lo consagrado, lo estatuido, algo así como lo inamovible. Sobre esa preceptiva rige el canon y establece «esto es literatura», «aquello no es», «esto se acerca». En cambio, la escritura es lo opuesto, algo orgánico, vivo, anárquico, tumultuoso, imperfecto. Me interesa mucho la imperfección, me interesa recostarme sobre la escritura porque ahí es donde se advierten las fallas, donde respira un texto, donde aparece el equívoco. La literatura es algo así como la idea, es un fósil, un organismo que estuvo vivo en algún momento y que ya es un organismo muerto. En cambio, la escritura me parece lo vivo, lo erróneo.

—¿Se podría hacer una analogía con el habla y el diccionario en ese sentido? El diccionario como algo muerto y fosilizado…
—No creo que los diccionarios sean muertos, ¿sabés? Al contrario: un diccionario a mí me atrae tanto como en su tiempo lo hizo un cómic, como Héctor Oesterheld, como libros de medicina, de biología, como un crucigrama, como cualquier texto que esté escrito sin presunción de serlo. No establecería dicotomías. El diccionario es el habla, también.

LA REIVINDICACIÓN DEL ERROR

Báñez se apasiona al hablar de lo erróneo como opuesto a lo canonizado. Hace recordar los debates en torno de la obra de Roberto Arlt, destrozada por la crítica de su tiempo a causa de sus múltiples «fallas» y «defectos». Claro que quienes ejercían esa crítica escribían, mientras, libros que la corriente del olvido se llevó para siempre. «Una versión establece la oportunidad de una futura versión —sostiene Báñez—. Es bueno que se adviertan los errores, las costuras, los hilvanes gruesos… Dejar las huellas fallidas de aquello que fue, y luego intentar huellas nuevas, también fallidas».

—¿Te gustaría que se reeditaran tus primeras novelas?
—Se reeditó Hacer el odio, por ejemplo. Y es un texto que a mí mucho no me convence, me parece más un texto de laboratorio, muy pulido en algunas cosas… Hoy no lo veo tan pulido, pero de todos modos lo fue. Es un texto sobre el cual hoy no volvería. Me parece que lo imperfecto de lo último que estoy escribiendo me identifica un poquito más.

—¿Cómo influye el periodismo en tu escritura?
—Me contamina, me contaminó siempre. Y eso es bueno. Hay quienes reniegan del periodismo… Yo no. No reniego de las contaminaciones que puedo tener o recibir. Al contrario, me parece que es todo parte de un proceso posterior de síntesis. Tampoco haría diferencias entre periodismo y escritura. Las diferencias se podrían advertir en quienes establecen compartimientos estancos entre periodismo y literatura, pero me parece que escritura es todo. Madre es lenguaje, padre es escritura. Llegamos al mundo y ya tenemos un lenguaje que nos espera, nos recibe, nos acoge. Escritura es el proceso de producción posterior.

EL PLAGIO Y OTRAS CONTAMINACIONES

El escritor menciona las contaminaciones y las mezclas, hilvanes y costuras, y también habla de plagio. En sus novelas, Báñez se ríe de sí mismo por sus supuestas prácticas plagiarias, y uno nunca sabe dónde termina la ironía y dónde comienza lo cierto, si es que esa frontera existe o se puede determinar.

—La diferencia de registros que hay entre muchas de tus obras, ¿tiene que ver con el plagio?
—No. El plagio lo veo como una noción que tiene que ver con una especie de ámbito de la propiedad intelectual que todos establecemos, una especie de territorialidad sobre lo que escribimos. Y a mí eso me parece una boludez. En ese sentido somos todos plagiarios, estamos inmersos en la vulgata de las vulgatas de las vulgatas de las vulgatas.

—¿Cómo es eso?
—Creo mucho en la literatura casi anónima, creo que a lo mejor vamos a ir hacia eso, hacia la creación tal y como se entendía en sus comienzos, ¿no? A través de la oralidad y de las versiones de las versiones, y sobre todo en la no autoría, sino en la autoría de todos. Fijate lo que está pasando en Internet. Esto no invalida que una versión mejore a otra y uno la pueda identificar. Pero ese es otro concepto también de la literatura, del concepto decimonónico de la literatura, la mirada puesta en el autor como hecho primario. En mi opinión, no hay casi originalidad. En todo caso, establecemos versiones de versiones, hay matices, rasgos de diferenciación… Pero a mí lo que se llama «original» me asusta un poco.

Sin embargo, en su blog se hace eco del reciente conflicto en el concurso de novela del diario La Nación y la editorial Sudamericana, cuyos organizadores le retiraron el premio al ganador, Sergio Di Nucci, luego de descubrirse que en Bolivia Construcciones copió párrafos enteros de Nada, novela de Carmen Laforet, publicada en 1945. El problema es que «tomó sin redireccionar», dice Báñez. Y concluye con una ironía: «La técnica de los premoldeados con el ensamblaje en seco es, hoy por hoy, uno de los métodos más efectivos». Pero volviendo a la idea:

—Algunos estudiosos de internet y los nuevos medios hacen hincapié en esa idea: vamos hacia una pérdida del concepto de autor.
—A mí me encanta eso, y yo creo que va a ser así, que es un poco la tendencia, por lo que se ve. En la época medieval, la versión mejor era aquella que se apartaba más de la original. Por mentirosa, por exagerada, por hiperbólica… Era un momento del mundo teocéntrico, entonces cuanto más se exageraba y se mentía y se daba lugar a versiones fabulosas, más real era. Mejor que más real: más verosímil.

—¿Y cuál sería la reacción del escritor, del ego del escritor?
—Ah, eso es lindo, eh… Esa es una pregunta para los alimentan el tamagotchi del ego. Hay tutores del ego, gente que se pone por encima o por delante de lo que escribe. No sé cómo se sentirían ellos. Supongo que vulnerados en algún sentido, pero también creo que va a ser un proceso tan natural, que no van a sentir esa suerte de pérdida entre comillas…

—¿Cómo te llevás con el papel de editor?
—Bárbaro. Hace seis años que estoy, y quisiera publicar todo. No puedo por el presupuesto, pero una de las primeras cosas que intenté fue no hacer una biblioteca personal, sino abrir un poco a todo… Y hemos publicado de todo. Por ejemplo, hemos ido a los neuropsiquiátricos para que los internos de la zona, al menos de la región, tuvieran un espacio, y les hemos publicado un libro como Nosotros, que recoge las voces y la escritura de la gente que está internada. Hemos publicado libros en los que los vecinos cuentan historias, libros de tango, de rock, colecciones de teatro, Muñecos (de fin de año), actividades de la ciudad tratando de rescatar ese patrimonio intangible, ahora vamos a publicar Mitos y leyendas de la ciudad, también, registros de la oralidad de la ciudad, leyendas que han tenido lugar desde la fundación hasta hoy…

—Se dice que el editor suele actuar como la contraparte del escritor, como una especie de rival. ¿Tuviste algún conflicto?
—No. Cuando se creó la editorial y me llaman a mí, lo primero que pedí es no establecer un sentido, digamos, institucional. Me propuse que fuera una editorial abierta, que publicara un catálogo que funcionara al revés de los de las demás editoriales, un catálogo de desconocidos, de inéditos, con un criterio muy abierto a muchas expresiones. Y así ya hemos publicado más de 500 autores. Puesto de escritor a funcionario, sí, me asusté mucho, pero después dije no, es una disociación, una más. Así que dije: «sigamos».

UN ESCRITOR TAMBIÉN DIGITAL

—¿Cómo surge tu blog?
—Surge por Soledad, por Verónica y otras amigas que trabajan acá en la editorial, que me dicen «dejate de joder, dejate de joder, dejate de joder», ja ja ja. El blog lo armaron ellas, yo estoy medio viejo para blogger… Pero me entretiene, me gusta, es un intercambio distinto. Y he descubierto algo: que ahí hay un lenguaje mucho más espontáneo, con muchos más errores, más fallido, y a veces directo y confesional, y es como bitácora, y es como diario… Es una contaminación maravillosa, y es un elemento que se va nutriendo de voces que van ingresando. Ahí a veces se hace mucho más palpable la escritura. Es más provisional. Y eso me encanta.

—¿Los textos que incluís son escritos exclusivamente para el blog?
—Sí, o si no de alguna nota. Pero lo que veo es que hay más fisuras y a veces el blog respira mejor, porque no está esa idea fatal de perfección. Incluso uno se expone más también, y eso es bueno eso, se torna más vulnerable… Es menos patrimonial también, aunque el blog es de uno, pero uno da cabida a otras cosas. Me encanta. Además, como no creo mucho en los libros… Un proceso hacia lo virtual es muy bueno, en el sentido de dejar un poco atrás el objeto libro. Son nuevas formas de escritura, soportes diferentes, más al acceso y al alcance de todos. Una comunidad democrática más amplia, más pluralista, más caótica si querés…

Después Báñez cuenta que lo último que escribió es «una novelita muy pequeña, de 80 páginas». ¿Tiene planes para publicarla? En libro no lo sabe, pero en el blog ya lo está haciendo. Al momento de la entrevista había enviado dos capítulos, y luego publicó el tercero. «Es la historia de un chico que no puede hablar y que establece otras formas de comunicación, a través de las anotaciones, de códigos distintos, de señales, de alfabetos distintos también… No puede hablar por una falla que le ubican en la cisura de Rolando. Tenemos en el cerebro la cisura de Rolando y la de Silvio en los hemisferios, y hay como una suerte de anomalía, o algo así. En la novela lo explico». La nouvelle se llama precisamente así: La cisura de Rolando. Y, por supuesto, no tiene miedo de que se la «roben»:

—Hay gente que tiene sus temores, que se siente vulnerada. A mí me encanta; que me roben, me encanta. La voy subiendo por capítulos por una cuestión de mecánica del blog, en el medio van otras cosas, pero… si la quieren robar, que la roben. Yo ya tuve el placer de escribirla.

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