20 de abril de 2007

Eterno resplandor

Publicación original: Clarín.com

A fin de mes se cumplen 30 años de la desaparición del historietista y, en septiembre, medio siglo de la edición original de El Eternauta. Testimonios de su mujer y sus colegas Solano López, Breccia y Trillo.

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A Elsa le costó reconocerlo. Estaba en un rincón oscuro de la confitería La Fragata, en la esquina de Corrientes y San Martín. Se había dejado la barba y el pelo más largo, se vestía diferente. Se ocultaba. Eran las 3 de la tarde de un caluroso sábado de 1977. ¿De qué hablaron? El dijo que era probable que no pudieran volver a verse por un largo tiempo. "Vos elegís, es tu decisión", le respondió ella. Pero le hizo un ruego desesperado: "Salvá a las chicas". Después se despidieron. Fue la última vez que lo vio.

Elsa se sorprendió de encontrar así a su marido, a quien había conocido desde siempre como un hombre casero, pacífico, librepensador. Como se sorprendería, mucho más tarde, al enterarse —a través de los compañeros de militancia de él— de que fumaba en pipa. O como se había sorprendido desde los primeros tiempos por su versatilidad para escribir y su enorme capacidad para inventar argumentos, para redactar los guiones de una veintena de historias simultáneas. Quizás Héctor Germán Oesterheld era eso: un hombre hecho para sorprender.

La historia de HGO comienza el 23 de julio de 1919, en una casa en la esquina de Belgrano y Pichincha. El mismo lo cuenta en una autobiografía que escribió en forma de guión en 1958, en el momento de su esplendor, cuando él y su hermano -dueños de su propia editorial- publicaban tres revistas de historietas y trabajaban como guionistas junto a los mejores dibujantes: Hugo Pratt, Alberto Breccia, Francisco Solano López.

Durante su vida se había dedicado a leer todo lo que le pasara por enfrente, a estudiar Geología en la universidad, escribir desde cuentos infantiles hasta textos de divulgación científica, a trabajar como corrector en el diario La Prensa. A comienzos de la década del 50 conoció a Elsa Sánchez, que en ese momento tenía 17 años. Fue cuando empezaba a componer sus primeros guiones de historietas: Bull Rocket, Sargento Kirk, El Indio Suárez. La segunda mitad de la década del 50 y los primeros años de la del 60 fueron la época de oro de la historieta argentina. Y el caldo de cultivo para la producción de la que se transformaría en la obra cumbre del género.

Historia de la eternidad

El 4 de septiembre de 1957 salió a la calle el número 1 de la revista Hora Cero Semanal y, en ella, las primeras tres páginas de una nueva historieta. Su nombre: El Eternauta. Desde ese momento y durante los más de dos años que duró, la saga —con el guión de HGO y los dibujos de Francisco Solano López— torcería para siempre el rumbo de la historieta argentina.

Cuenta la leyenda que, ante el surgimiento de la nueva publicación, HGO había llamado por teléfono a Solano para preguntarle qué historia le gustaría dibujar. "Haceme una de ciencia ficción", fue la respuesta. "Él ya estaba gestando una historia que se iba a llamar El Eternauta, pero la pensaba para una novela", cuenta Elsa Sánchez, la viuda de Oesterheld. Sin embargo, allí fueron los guiones a pedido del dibujante: la trama de una invasión extraterrestre que tenía como epicentro Buenos Aires. Una obra en la que "se sintetizan y culminan todas las búsquedas del guionista Oesterheld en el campo de las posibilidades de la aventura", según afirma Juan Sasturain en su libro El domicilio de la aventura.

¿Por qué tanto éxito? "Lo realmente logrado de El Eternauta es una combinación en una historia tan profunda y conmovedora como atrapante y entretenida", sostienen Judith Gociol y Diego Rosemberg en el libro La historieta argentina. Además, por primera vez, la acción ocurría en Buenos Aires. "Ver a los monstruosos gurbos rompiendo todo en el subte que iba a Catedral era impresionante", describe el guionista Carlos Trillo a Clarín.com. "Las batallas de la cancha de River y del Congreso Nacional nos dejaban boquiabiertos, igual que leer en las paredes de la ciudad los carteles de la reciente campaña electoral, que decían 'Vote Frondizi'", agrega.

"Yo tenía la suerte de leer El Eternauta antes que nadie", explica Elsa Sánchez a Clarín.com. "Él escribía con unos signos que sólo él entendía. Después los pasaba y me los daba: 'Tomá, a ver si te gusta'. A mí nunca me gustó mucho la ciencia ficción, pero esa historia... ¡no la podía dejar!", cuenta. "El Eternauta parece ser uno de esos casos en que el protagonista se despega de sus autores y vive sus propias reglas", dice Solano López. "En realidad, el ámbito en el que se desarrolla la saga es una especie de virtual mesa redonda en la que participan escritor, ilustrador, editor y público lector. Un verdadero diálogo, con acuerdos, desacuerdos, encuentros y desencuentros". ¿Es —como sostienen algunos— la mejor historia de ciencia ficción de la Argentina? Para Judith Gociol, coautora de La historieta argentina y de Oesterheld, rey de reyes, que se publicará a fin de este año en España, al menos "es comparable a los cuentos de Borges, de Bioy Casares".

Martín, nieto de HGO, afirma: "Creo que es muy simbólico que mi abuelo haya estado —con la figura de Germán— dentro de la misma historieta, que ésta haya tenido ese final, la desaparición de mi abuelo, esa búsqueda de la familia... Es todo una ensalada, yo no puedo dejar de leerlo de una forma muy personal. Ese Continum (una dimensión paralela a la que viaja el Eternauta) es ese limbo, ese estado de poca certeza en el que vivimos todos nosotros".

Ellos

Durante la década del 60, Oesterheld asumió un compromiso político cada vez más claro y firme. La versión de la vida del Che Guevara, en 1968, y una reescritura de El Eternauta con claras alusiones políticas contra los imperialismos, en 1969, fueron sólo botones de muestra de las opciones ideológicas por las que se había inclinado. En los años 70, las cuatro hijas del narrador se habían volcado a la militancia política en la organización Montoneros, y él las había seguido. Redactó guiones para publicaciones como Noticias y El Descamisado, y fue miembro del comité de prensa de la agrupación. Para cuando se produjo el último encuentro con Elsa, en el bar La Fragata, hacía tiempo que había abandonado su casa. "Al final, cuando ya andaba clandestino, yo creo que él era un personaje de esos a los que él estaba acostumbrado", cuenta su nieto. "Metía una moneda en los teléfonos públicos y ¡dictaba el guión entero! Era una cosa fascinante", añade.

El 27 de abril de 1977, Oesterheld fue secuestrado por un grupo de tareas de las Fuerzas Armadas. Según la declaración de numerosos testigos, pasó por los centros clandestinos de detención de Campo de Mayo, "el Vesubio" y el "Sheraton". En este último, estuvo junto con otros intelectuales y artistas, como Roberto Carri y el cineasta Pablo Szir. Allí le pidieron que se hiciera cargo de una historieta sobre el ejército sanmartiniano. "Lo que hizo fue garabatear para ganar tiempo", cree Martín. Y se pregunta cómo puede ser que a nadie se le haya ocurrido hacer una película que recree la vida de su abuelo. También habla de los distintos proyectos de llevar al cine El Eternauta, ya que ahora hay un proyecto de una productora italiana para realizar un filme. Cree que una adaptación cinematográfica no puede ser igual a la historieta, no puede ser una mera transcripción del cómic en la pantalla. "Por ejemplo, creo que no puede no incluirse en la película el final que tuvo mi abuelo, la desaparición", dijo Martín.

Para que nadie continuara la historia del Quijote con aventuras apócrifas, Cervantes decidió matar a su héroe. Oesterheld no lo hizo. Quizá por aquello del prólogo a El Eternauta: "El único héroe válido es el héroe 'en grupo', nunca el héroe individual, el héroe solo". Juan Salvo sigue vivo y, de alguna manera, él también. Porque a historias como la suya no se les puede imponer desde afuera un punto final, como las bestias pretendieron. Historias como la suya siempre se guardan para el final un continuará...

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El legado

¿Cuál es el legado de Oesterheld y El Eternauta para la historieta argentina? Clarín.com les hizo esa pregunta a algunos de los más importantes representantes del género en la Argentina:

Francisco Solano López, autor de los dibujos de la obra máxima de HGO: "El Eternauta es parte de mi ser y de mi historia personal, por lo que me siento inhibido ante ese tipo de preguntas. Pero creo que hemos cumplido con una de las premisas en las que el propio Oesterheld creía y ponía en práctica: educar entreteniendo. Además ese entretenimiento se ejerció con recursos de buena ley, de esos que dejan huella en el alma de los jóvenes y después los acompañan toda la vida. Y como si esto fuera poco, él dio también el ejemplo de exponer libremente sus ideas, en una época en que eso se pagaba con la vida."

Carlos Trillo, guionista e historiador de la historieta argentina: "El Eternauta, como Don Quijote, como el Martín Fierro, como tantas obras míticas, tiene un ingrediente que solo poseen unas pocas películas, escasas canciones, algunas novelas: cuando un lector lo agarra, en la época que sea, encuentra alusiones al mundo en el que habita, a lo que está pasando. Una obra mítica no es ni más ni menos que una obra que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Y El Eternauta, que tuvo esa lectura inocente de 1957, de la ciencia ficción que por fin pasaba en Buenos Aires y no en Nueva York o en Tokio, tuvo también una versión de los 70, en la que la nevada fatal se leía como aniquilación de personas silenciosamente, y no había que ser un buscador demasiado exhaustivo de metáforas para asociar a los Ellos con los militares que habían tomado el poder.

Enrique Breccia, dibujante que a fines de los 60 trabajó con HGO y su padre, Alberto Breccia, en la tira El Che y en la segunda versión de El Eternauta: "Héctor fue para la historieta lo que Gardel para el tango canción: marcó un antes y un después en la forma de escribir guiones. Para mí fue el inventor del guión de historieta moderno. Es un referente ineludible, y como todo grande, inimitable. En El Eternauta, la irrupción de lo desconocido en un ámbito familiar es lo que la hace tan estremecedoramente realista. Hay que aclarar que sin el dibujo de Solano López, esta historieta no hubiera alcanzado la fama que tuvo. El guión de Héctor es brillante, pero el 'clima' que Solano les dio a sus dibujos es un complemento imprescindible. La versión posterior que hicimos con mi viejo, está muy lejos de la primera".

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El final

Eduardo Arias, un sobreviviente del centro clandestino de detención conocido como "Sheraton", contó a la Conadep que allí convivió con Oesterheld entre noviembre de 1977 y enero de 1978. "Su estado era terrible", se lee en el Nunca más. "Permanecimos juntos mucho tiempo. (...) Uno de los recuerdos más inolvidables que conservo de Héctor se refiere a la Nochebuena del 77. Los guardianes nos dieron permiso para sacarnos las capuchas y para fumar un cigarrillo. Y nos permitieron hablar entre nosotros cinco minutos. Entonces Héctor dijo que por ser el más viejo de todos los presos, quería saludar uno por uno a todos los presos que estábamos allí. Nunca olvidaré aquel último apretón de manos. Héctor Oesterheld tenía sesenta años cuando sucedieron estos hechos. Su estado físico era muy, muy penoso".

No se sabe a ciencia cierta cómo fue la muerte de Oesterheld, aunque se supone que fue en 1978. Tampoco pudo "salvar a las chicas": sus cuatro hijas y sus dos yernos también fueron víctimas del horror. Dos de ellas estaban embarazadas y no se conoce el paradero de sus hijos, que hoy deben tener 29 y 30 años, respectivamente. Del desastre familiar, sólo quedaron Elsa y sus nietos Martín, a quien ella crió, y Fernando, que fue adoptado por sus abuelos paternos y pasó su infancia en Pergamino.

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Elsa Sánchez, viuda de Oesterheld: "Héctor tenía que haberse dado cuenta de lo que iba a pasar"

Publicación original: Clarín.com

Elsa Sánchez de Oesterheld soportó una tragedia terrible, muy difícil de imaginar para cualquiera. La última dictadura militar mató a su marido, sus cuatro hijas, sus dos yernos y robó la identidad de dos de sus nietos que todavía busca desde su militancia en Abuelas. Sin embargo, esta mujer de 82 años muestra una entereza y una vitalidad asombrosas. Recibió a Clarín.com en su departamento para hablar de Héctor y de la historia de su familia, porque lo siente como un deber, como la necesidad de contar lo que sabe para construir la memoria de nuestro tiempo.

—¿Cómo era Héctor?
—Era un tipo realmente muy culto. Sabía de todo. Hablaba alemán, inglés, francés... ¡Era un científico! Además era un filósofo, un loco por todo lo que fuera literatura antigua, los clásicos griegos eran su debilidad. Su pasión era leer. Yo me enojé mucho cuando él se metió a hacer historieta, porque era... la pavada, la cosa tonta y nada más. Había mucho prejuicio en realidad. "¿Vas a hacer historietas? ¡Yo me divorcio!", dije.

—¿Cómo lo conoció?
—Nos presentaron, y yo lo conocí como Sócrates, me lo presentaron: "Señor Sócrates". Yo me quedé con la duda: no sabía si era el apellido, el seudónimo, el nombre o qué diablos era. Y estuve cómo dos meses sin saber, Sócrates de acá, Sócrates de allá... El era un sabio de la literatura griega, y por eso los compañeros le pusieron Sócrates. Otros le decían el Alemán, porque él hablaba alemán y tenía familia alemana y ese apellido. Esos eran sus apodos de cuando eran chiquilines. La familia le decía Tito.

—¿Políticamente qué ideas tenía?
—Era un tipo de ideas libertadoras. No era anarquista ni comunista, hablar del comunismo era "uy, Dios mío, qué horror", no lo compartía para nada. Siempre decía que "los extremos se unen". Era un librepensador, toda la obra de él es una definición de los derechos del hombre. Y su carácter era el de una persona siempre igual: yo jamás lo vi estallar de rabia, tener una explosión. No tomaba café, no fumaba... Ahora me enteré de que en el último tiempo fumaba una pipa. Para mí fue una gran novedad, ¡no me lo puedo imaginar, él que nunca se ponía un cigarrillo en la boca! Siempre decía "hay que ser tonto para fumar". Las chicas fumaban, las dos mayores, y él les decía "no fumen"...

—¿Y cómo recuerda el vuelco de él a la militancia?
—La primera vez que vi a mi marido ir a una marcha, fue a lo de Ezeiza (cuando Perón regresó a la Argentina, el 20 de junio de 1973). Él ya empezaba a volcarse a todo eso, al lado de las chicas. Y yo me enojé mucho con él, le dije: "vos, a esta altura de la vida, no darte cuenta de lo que está pasando...". A mí eso me horrorizó, porque estaba la vida de mis hijas. No podía soportar que Héctor admitiera esa situación. Y ahí fue la catástrofe nuestra. Y fue catástrofe, eh. Fue catástrofe. Pero yo quedé para aguantarla. Y nunca lo voy a perdonar, nunca.

—¿Está enojada con Héctor?
—Con la dirigencia de aquella época...

—¿Con él no?
—Y con Héctor... Él tenía que darse cuenta. Era la vida de sus hijas. Por eso yo le dije "vos tomá la decisión que quieras, pero salvá a las chicas". Yo no tenía con qué, no tenía un peso, no tenía nada. Héctor estaba enterrado en deudas. ¿Qué hacía yo, a los 50 años? No era un chiste, eh. Pero bueno, ya está... Odio no tengo. Me costó mucho sacármelo de encima. Pero puedo decir que no odio.

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