2 de febrero de 2009

Entrevista a Sergio Chejfec: «La literatura, si sirve para algo, es para complejizar lo existente»

Publicación original: Revista Teína

El escritor argentino —un autor casi secreto que sin embargo acaba de publicar su undécima novela— presentó en Madrid su último libro, Mis dos mundos, el primero que se edita fuera de su país. Habló de su estilo y sus aspiraciones, y definió sus libros como «discursos eventuales, flotantes, arbitrarios». «No soy un gran escritor», afirma Chejfec.

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Hay mucho movimiento en el café de la Casa de América de Madrid. Son las siete de la tarde y a esas horas en esos días se superponen las actividades. Entre la gente apurada que va y viene aparece, con paso sereno, Sergio Chejfec. Una hora más tarde presentará la novela Mis dos mundos, editado por Candaya, su primer libro publicado fuera de la Argentina, y nada menos que en España, la meca del mercado editorial en nuestro idioma. Pero eso no lo altera. Se sienta a una mesa y comienza el diálogo.

—¿Cómo vivís este ingreso en el mercado español? ¿Qué expectativas tenés?
—La verdad que nunca tengo demasiadas expectativas respecto de mis libros. Más bien, mi sensación es que los escribo por una extrema necesidad personal. Por supuesto me gusta y quiero que se publiquen, que sean leídos, no quisiera que se mantuvieran inéditos. También quiero que los libros se incorporen a bibliotecas, en el más amplio sentido de la palabra: bibliotecas mentales, bibliotecas físicas, bibliotecas virtuales. Y es importante publicar acá, sin duda, y me siento muy cómodo en una editorial pequeña y selecta como Candaya.

Precisamente, una representante de la editorial le acerca en esos momentos un teléfono móvil. La entrevista se interrumpe por otra entrevista, frugal y fugaz, que le hace un periodista de la agencia EFE. Al teléfono, mirando hacia esa nada que todos parecemos buscar cuando hablamos por el móvil, el propio Chejfec resume «de qué se trata» su nuevo libro:

—Son las reflexiones de un caminante que, visitando una ciudad del sur de Brasil, se da cuenta de que faltan muy pocos días para su cumpleaños y, entrando en un gran parque a medias olvidado y a medias abandonado por el urbanismo, se pone a reflexionar sobre el significado de las cosas. Como el narrador es un escritor, termina cuestionándose su vocación, digamos, su personalidad y su naturaleza de escritor. De manera que la novela no tiene una intriga, ni una estructura de un comienzo, un desarrollo y un final, sino que es sobre todo reflexiva, como una cavilación.

Luego de responder a los frenéticos requerimientos de la prensa-del-día-a-día, Chejfec puede volver a la otra entrevista, la más extensa y que buscará indagar un poco más allá. En la que, es evidente, este escritor se siente mucho más cómodo, más en su sitio.

Mis dos mundos tiene el estilo de todos tus libros: hay un personaje que camina y, mientras, medita. ¿Qué viene a aportar esta novela en tu obra?
—Creo que decisivamente aporta mucho en el sentido de que es un nuevo libro. En cualquier escritor, cada nuevo libro hace sistema con los anteriores. Establece una serie de relaciones con ellos, en varios sentidos, relaciones que el escritor puede querer controlar o no, y puede lograr controlar o no. Inevitablemente hay una serie de continuidades y rupturas. Entonces hay un aporte ineludible que es que modifica al resto, a la obra anterior. Establece un diálogo.

FORMAS DE VER EL MUNDO

—Hay una especie de polémica que cíclicamente renace y que opone una literatura supuestamente «de acción» con otra supuestamente pasiva, «de pensamiento y reflexión». De ser así, tu obra entraría claramente en el segundo grupo. ¿Vos creés que existe esa dicotomía, ese enfrentamiento?
—Existe en la medida en que está planteado en esos términos, y en que algunos tienden a ese planteo y lo hacen suyo. Para mí no es una distinción relevante. Entiendo lo que se quiere decir: que se habla de una literatura más convencional como opuesta a otra menos convencional. Pero a veces la literatura de acción es mucho menos convencional que la de no acción. Es decir: muchas veces, en la literatura de acción pasan menos cosas que en la de no acción.

—¿Te parece una clasificación facilista?
—Me parece que en definitiva se trata de convenciones, y cuando se apela a esa distinción, se supone que uno toma partido por una de esas alternativas. Si se toma partido por la literatura de acción, yo creo que la postura que está detrás es cierta apelación por una literatura más legible, más llevadera, más convencional en términos de desarrollo dramático. Uno podría decir que las dos opciones o las dos miradas responden, simplificando mucho, a formas de ver el mundo.

—Y, como te decía antes, vos estarías en el otro grupo.
—Creo que la literatura, si sirve para algo, es para complejizar lo existente. Entonces yo no me podría plantear una literatura que busque simplificarlo, a través de ofrecer una acción terminada, completamente legible y que se pueda yuxtaponer sobre la realidad. Mis textos no avanzan en función de una intriga verificable que después se puede ir acumulando en su grado de dramatismo, pero sí ocurren muchas cosas en ellos, tantas cosas como en cualquier otra novela. Nada más que las cosas que ocurren pertenecen a otros paradigmas. No al paradigma de la acción acumulada, sino al de la acción ampliada o expandida.

LAS POLÉMICAS Y LOS AMIGOS

Sergio Chejfec inició su carrera como escritor en la década del ochenta y publicó su primer libro, Lenta biografía, en 1990. Una época en la que discusiones como aquellas (acción versus no acción, público masivo versus obras experimentales, etc.) estaban a la orden del día. Y que tuvieron uno de sus capítulos más recordados en el que enfrentó a «planetarios», escritores que por entonces publicaban sus primeras obras en la editorial Planeta (como Rodrigo Fresán y Juan Forn), contra «babélicos», autores cercanos a la revista Babel y del que Chejfec aparece como una de sus caras visibles (junto a Luis Chitarroni, Sergio Bizzio, Alan Pauls y otros). Aquí da su versión de aquellos pleitos.

—¿Participaste de las discusiones literarias algo virulentas de aquellos años?
—Más que participar en ellas, las viví como espectador, aunque a veces, por supuesto, yo tenía una posición tomada. Creo que fueron polémicas bastante acotadas, reducidas, un poco asordinadas también, y que sobre todo reflejaban distintas formas de colocación dentro del universo literario de entonces.

—¿Formas de colocación en el sentido de ver qué lugar ocupaba cada uno?
—Sí. Ese es el recuerdo que yo tengo. En esa época me parece que lo que más primaba, en mi caso por lo menos, era un fuerte sentimiento de amistad y de cohesión grupal. Sentirse cerca de otros escritores que estaban pasando por experiencias similares, con dificultades o no para escribir, pero que estaban a la expectativa de lo que iba a ocurrir con su escritura o su literatura. Después se dio que las propuestas podían ser diferentes, pero en muchos casos la amistad se mantiene…

—¿Por ejemplo con quién?
—Alan Pauls, Martín Caparrós, Daniel Guebel, Daniel Samoilovich, Sergio Bizzio, Luis Chitarroni… y otra gente, que apareció y despareció. Yo me sentía muy cercano a todos ellos, porque teníamos una visión similar de la literatura. Aunque, para decirlo en términos muy simplificadores, no teníamos las mismas recetas, porque veníamos de distintos tipos de experiencia.

—¿El enfrentamiento de babélicos contra planetarios fue sólo cuestión de marketing? ¿O existió realmente?
—No sé si fue de marketing… Porque cuando uno dice eso parece que hubiera habido un interés oculto o mezquino para tratar de hacer un poco de publicidad. No me consta que haya habido esa intencionalidad. La discusión existió. Para mí en su momento no era demasiado relevante, y en este momento tampoco lo es como para desentrañarla. Pero si uno quisiera describir un poco aquello, efectivamente había un sector que buscaba una relación pacífica sin mediaciones ni sorpresas con el público, con el mercado editorial. Y había otro grupo que suponía que las mediaciones, las dificultades con el público, con el mercado, formaban parte de su propia constitución como escritores y de la forma en que ellos concebían la literatura. De la percepción que ellos tenían de la literatura. Es decir, no tenían una concepción pacífica de la literatura, como un lugar vacío que hay que conquistar y ocupar, sino más bien como un territorio de entredichos permanentes. Lo podría simplificar de esta manera.

—Es decir que esas fueron las principales diferencias…
—Entre babélicos y antibabélicos o planetarios, como quieras llamarle, había básicamente diferentes imágenes del escritor, mitologías o ideologías del escritor que estaban en juego. Pero tampoco eran unívocas: dentro de un grupo podías encontrar divergencias, y estos agrupamientos también podían responder al orden del afecto o la amistad, porque entre algunos y otros no había diferencias tan relevantes como para asignarles un lugar u otro…

CHEJFEC EN INTERNET

Si se hace el ejercicio de googlear la palabra Chejfec, uno de los primeros  resultados será «Parábola anterior», el blog que el escritor lleva desde el año 2006. Ese es el siguiente tema de la charla.

—Tenés un blog. ¿Qué uso y qué importancia le das?
—Sí, no es un blog propiamente dicho, en la medida en que no es un sitio que yo alimente con opiniones o comentarios cotidianos. Más bien, aprovecho la plantilla del blog para tener una plataforma donde quien quiera pueda leer textos míos, que son fragmentos, o artículos publicados, o finales de novelas… Se me ocurrió hacerlo porque vi que es muy fácil tener un blog y me pareció una manera de obviar, de saltear, las dificultades de circulación que tiene mi literatura. Porque yo fui casi exclusivamente publicado en la Argentina, mis libros casi no han circulado fuera del país.

—¿Qué relación tenés con los lectores de la web?
—La relación es casi nula. Es que si uno activa la entrada de comentarios le puede llegar a venir cualquier verdura, así que no lo hice, porque empecé a imaginar el tipo de comentarios que me iban a llegar. Además, no es que no los valore ni los considere, pero me pareció que iba a ser un gasto excesivo, tanto para el que los iba a escribir como para mí que los iba a leer y, eventualmente, a responder. Decidí entonces poner mi dirección electrónica en la página, de manera que el que quisiera escribirme pudiera enviarme un mensaje. Y de cuando en cuando me llegan comentarios de gente que se quiere comunicar conmigo, por algo que leyó en el blog o por otro motivo.

—¿Te lo planteaste en algún momento como «laboratorio de la escritura»?
—No. Para mí laboratorios de escritura son las sesiones privadas que tengo con mis textos, ya sea en la computadora o con un cuaderno. El blog nunca me lo planteé así, en términos de crear, mantener, escribir directamente. Es una página donde yo pongo cosas que escribí antes, y no tengo más que copiar y pegar.

—Hasta incluís imágenes escaneadas de tus cuadernos, con la escritura manuscrita.
—Sí. Eso es lo más cercano a un blog tradicional, en el sentido de que incorporé material que no es puramente texto. Me interesó hacerlo como una forma de incluir una presencia de otra naturaleza. Que la gente que visita esa página pudiera confrontarse con el manuscrito, con la imagen del manuscrito. Como una especie de correlato físico de lo que ve ordenado por un procesador de palabras. Me pareció una forma de exponer una naturaleza del texto tan real como la otra, un grado diferente de realidad.

ASPIRACIONES DE (SÓLO) UN ESCRITOR

Queda poco tiempo: en unos minutos llegará a la mesa el escritor, también argentino, Patricio Pron, y ambos se irán a conversar a la sala Jorge Luis Borges de la Casa de América, a manera de presentación de Mis dos mundos. Pron y Chejfec —dos representantes de esa diáspora constante en la que se convierten la literatura argentina en particular y latinoamericana en general— dialogarán durante una hora en una sala que no es grande pero que no estará completa ni mucho menos. Está claro: Chejfec no es ni busca ser un escritor masivo. De eso habla en el tiempo que resta.

—Más allá de que, como decías antes, aspires a que tus libros formen parte de bibliotecas, ¿te gustaría tener más lectores?
—Sí. Cualquier autor o artista es siempre un poco narcisista. Sí, quisiera tener más lectores, pero como también quisiera tener más amigos, o tener más dinero, je je. El punto está en qué es lo que hacés para tener más lectores. Yo no quiero tener lectores a cualquier precio. Lo que quiero es escribir como me gusta escribir, y si tengo más lectores en esos términos, estupendo, me voy a sentir mucho más gratificado y vanidoso. Pero no es decisivo para mí. No creo que siga escribiendo o deje de escribir por tener más o menos lectores. Porque llega un momento en que los lectores como entidad son una categoría abstracta. Uno no sabe cuántos lectores son muchos. ¿Cómo los medís, cómo los cuantificás? ¿Son compradores de libros, son respondedores de encuestas? ¿Cuál es el baremo?

—En una entrevista, hace unos años,  un periodista de Página/12 te comparó con Juan José Saer. Vos le respondiste que te sentías halagado pero que no te parecía bien, porque la de Saer es la obra de un gran escritor y la tuya es la de sólo un escritor. ¿Por qué?
—Saer fue un gran escritor en varios sentidos. Por la coherencia de sus libros, por su densidad estética y también por el universo concreto, cerrado y autónomo que él eligió representar, dicho esto sin ninguna connotación negativa. Yo tengo otro tipo de expectativas. Por ahora no me interesa que mis libros cierren: me propongo, más bien,  que mis libros estén abiertos. Que planteen más dudas que certezas, que no sean asertivos. Saer tampoco plantea ninguna certeza, al contrario, pero en algún punto es un escritor con un programa clásico. Aunque pertenezca a una literatura posvanguardista, porque es una literatura consciente de que la novela clásica ya se escribió, y que tiene que escribir a partir de las fisuras y poner en el centro esas fisuras y trabajar contra los modelos clásicos. Pero de todas maneras es como si Saer abriera y cerrara sus libros. Son obras compactas. En cambio yo me propongo o me salen los libros como si fueran alusiones, discursos más o menos eventuales, flotantes, arbitrarios, sobre fragmentos de la realidad. En ese sentido quería decir que Saer es un gran escritor. Y yo no.

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