1 de octubre de 2008

Entrevista a Luisa Valenzuela: «El mundo no da mucho lugar para el optimismo, pero la literatura salva»

Publicación original: Revista Teína

España no es un lugar donde resulte fácil publicar cuentos. Los editores y los lectores (en buena medida, los segundos formados por los primeros) prefieren, por amplio margen, las novelas. Sin embargo, este año una escritora argentina publicó no uno sino dos volúmenes de cuentos. El primero, Tres por cinco, una colección de relatos escritos en distintas épocas y hasta ahora inéditos, que editó Páginas de Espuma. El segundo, Generosos inconvenientes, la primera antología de sus historias breves que ve la luz en estas tierras; apareció bajo el sello de la editorial Menoscuarto. La autora es Luisa Valenzuela, una creadora de vasta trayectoria, cuyos textos se tradujeron al inglés, alemán, francés, portugués, holandés, croata y japonés. Y que fue elogiada en todos esos idiomas.

Una anécdota basta para graficar la magnitud de su obra: a fines de la década del 70, Susan Sontag dio en Londres con un ejemplar de Strange Things Happen Here, traducción de Aquí pasan cosas raras, volumen de cuentos publicado en 1976. Lo leyó y le causó tan buena impresión que en un reportaje publicado en The New York Times en 1980 lo calificó de «indispensable». Mucho después, en 1999, el Museo Whitney de Nueva York montó la exposición American Century. Art & Culture 1900-2000, y —tomando como base aquel artículo de Sontag— incluyó Strange Things Happen Here entre las obras que más influencia habían ejercieron en los escritores estadounidenses de la segunda mitad siglo XX. Fue el único título latinoamericano que formó parte de la muestra.

Ahora Valenzuela —que está «tapada de trabajo», como ella misma define— se hizo un hueco para responder desde Buenos Aires a las preguntas de Teína.

—El texto final de Tres por cinco explica que este libro está integrado por cuentos «escritos a lo largo de los años, como momentos de lucidez entre novelas, viajes, ensayos, conferencias y la vida en general». ¿Cómo fue el proceso de reunirlos? ¿Hubo algo que los «unía» entre sí, que los reclamaba, o creés que eso no es imprescindible al momento de publicar un libro de relatos?
—No me parece imprescindible que algo una los relatos, o mejor: los cuentos. Prefiero esta palabra, que es más precisa en lo que a mi intención se refiere. Más bien todo lo contrario: pretender un hilo conductor específico puede resultar forzado. Cada cuento debe tener su propio peso, su autarquía, como quiere Cortázar. Pero sí es cierto que, cuando llega el momento de armar un libro, es importante pensar en una estructura interna. Al compaginar Tres por cinco me di cuenta de que tenía series, de alguna manera los cuentos se agrupaban en tercetos o tríos. Tiene quizá que ver con los carriles por los que va transitando esa vieja dama indigna que es la imaginación. Yo debo de tener un «guardagujas interno» que a menudo cambia el derrotero.

—Ya que mencionás los derroteros: viviste muchos años en muchos lugares distintos, fuera de la Argentina. ¿Cómo es publicar lejos de casa? ¿Qué experiencias o anécdotas te deparó esa posibilidad? ¿Cómo lo viviste y lo vivís a lo largo de los años?
—La pregunta sería en qué medida enriquece la perspectiva el hecho de vivir fuera del país por un tiempo prolongado, ¿no? Todo viaje es en sí enriquecedor y se abre a nuevos descubrimientos y hallazgos. Más si se viaja por alguna publicación, sobre todo a los países cuya lengua uno conoce. Mis recuerdos más felices al respecto son de Italia. Tengo dos editores espléndidos allá, Pierluigi Perosini y Riccardo Basani, que me llevaron de gira con sus respectivos libros. Fue fantástico, por los lugares y las gentes que conocí, y porque me largué a dar entrevistas y hasta charlas en un italiano cocoliche que me salía muy fluido. Hay que ser caradura para eso, y sobre todo argentina… Y en España, con Tres por Cinco y la antología Generosos inconvenientes, que publicó Menoscuarto, me encantó conocer la excepcional librería Tres Rosas Amarillas, dedicada exclusivamente al cuento.

Generosos inconvenientes reúne 17 cuentos, con un texto introductorio de Francisca Noguerol Jiménez. Basta leer el primer párrafo de esta suerte de prólogo para comprobar que no se ahorran los elogios: «Original, deslumbrante, audaz, irónica, feroz, ingeniosa, sensual, ambigua, procaz, fascinante: diez adjetivos no bastan para describir a la argentina Luisa Valenzuela».

EL AYER

Luisa Valenzuela es hija de Luisa Mercedes Levinson, una reconocida escritora argentina de la primera mitad del siglo XX. Por eso, estuvo rodeada de literatura desde el primer día de su vida. Amiga de los grandes jóvenes escritores de la época (Borges, Bioy Casares, Sábato), su madre organizaba en su casa veladas y tertulias interminables a las que estos asistían. La pequeña Luisa, que en aquellas reuniones correteaba por los pasillos de la enorme mansión, siempre fue muy consciente del doble filo de ser hijo de alguien destacado en una profesión.

—En infinidad de entrevistas hablaste del valor que le das a la figura de tu madre, Luisa Mercedes Levinson. Pero ¿tuvo algún aspecto negativo, te perjudicó en algo ser hija de una escritora reconocida?
—Me cuidé mucho de que no me perjudicara, en el sentido de no quedar pegada a su renombre. Me casé a los veinte años con un francés y me fui a vivir a Francia. Siempre evité sus editores aunque algunos como el memorable Gonzalo Losada padre me estimulaban. Juan Goyanarte, también gran editor, publicó mi primer cuento en su revista-libro Ficción y me instó a escribir novela. Quizá para no contaminar la cosa, llegado el momento se la di a otra editorial. Desde un principio transité latitudes de la literatura que nada tenían que ver con mi madre, y viví mucho en el extranjero. Sobre todo, diez años sublimes en Nueva York.

—¿Cómo marcaron tu trayectoria literaria aquellas reuniones que en la casa de tu infancia tenían grandes escritores?
—No hay duda de que absorbí su influencia por los poros, pero siempre fui muy independiente. Yo era una nena sumamente curiosa, ávida de saber y metida, nada se me escapaba. Y fui una lectora voraz desde la preadolescencia. Admiré a los escritores locales y a los intelectuales del exilio español que frecuentaban la casa, atendí sus cursillos y conferencias, enriquecieron mucho mi vida aunque por supuesto no soñaba entonces con volverme escritora. Todo lo contrario, me parecían pasivos en exceso. Pero aquí estoy, y no me arrepiento en absoluto. Es ésta mi aventura.

—Y en esta aventura, ¿cuáles han sido y son tus manías, tus rituales a la hora de escribir? ¿Fueron cambiando con el tiempo?
—Adoro los rituales, sobre todo los rituales compartidos y sagrados. Pero ajenos. Porque individualmente soy una persona muy flexible: hay novelas que se escribieron de noche, otras de mañana. Ahora, por ejemplo, estoy en mi faz matinal. Y no necesito nada en particular para estimular a la musa. Eso sí, me cuesta escribir mientras viajo. El viaje en sí ocupa todo mi espacio y mi capacidad de maravillarme. En cuanto al instrumento, ¡me gustaba tanto escribir a mano con pluma fuente! Ahora gana la pereza y lo hago en general con computadora. Después las correcciones se vuelven infernales porque la computadora parece permitirte demasiadas concesiones y eso me resulta intolerable a la hora de leer la versión final…

EL PRESENTE Y EL MAÑANA

Los editores omiten el año del nacimiento de Luisa Valenzuela en las fichas biográficas de las solapas de sus libros. Pero estamos en lo que habitualmente se llama «era de la información», y basta incluir su nombre en Google para saber que nació en Buenos Aires el 26 de noviembre de 1938. Es decir, que está a punto de cumplir 70 años. Siete décadas vividas intensamente, con muchísimas publicaciones, viajes, distinciones (recibió las becas Fulbright y Guggenheim e impartió seminarios en las universidades de Nueva York y Columbia, entre tantas otras) y demás experiencias. Ahora, activa e inquieta, sigue trabajando de manera incesante.

—¿En qué proyectos trabajás actualmente?
—Puedo decir con enorme felicidad que acabo de ponerle la palabra «fin» a una novela que me llevó como siete años. Siete años llenos de interrupciones, por supuesto, pero era lo que estaba hirviendo a fuego lento en mi cabeza. Se titula El Mañana, quizá por eso no me importó postergarla y postergarla. Pero lograr una obra consistente y redonda de ese rompecabezas que fui armando me llevó mucho tiempo y esfuerzo. Ahora quiero dejar de escribir ficción pura por un rato, tengo mucho material híbrido a medio hacer que me entusiasma.

—¿Cómo ves el estado de la literatura en español en general, y de la literatura argentina en particular?
—Las veo florecientes. Lo que me preocupa es el poco intercambio que hay entre nosotros. Son escasos los autores de lengua castellana que viajan por los países que la usan. Acá sabemos poco, no sólo de los nuevos autores españoles, sino que tampoco sabemos de los bolivianos o de los colombianos. Y entiendo que en España ocurre algo similar. Sólo unos pocos nombres rompen las barreras… barreras que son más editoriales que otra cosa.

—Y ya que mencionás a los autores jóvenes, sé que participaste, incluso creo que más de una vez, en las «Noches de Cuentos» del Grupo Alejandría, en el bar Bartolomeo, de Buenos Aires. ¿Creés que la literatura joven argentina goza de buena salud?
—El Grupo Alejandría es vital y creativo. Eso te da una pauta de que la literatura joven está en efervescencia por estas costas. Y si bien ahora hay mucho más aprecio por los y las jóvenes autores del que había en mis primeros tiempos de escritora, igual tienen sus escollos para publicar. La web salva muchas limitaciones, pero todos queremos el libro, ¿no? Ese objeto mágico que nos transmite fervor cuando lo tenemos entre las manos…

—¿O sea que se puede ser optimista para el futuro?
—Yo soy de naturaleza optimista, como  notarás. Aun cuando en este preciso instante del mundo no hay mucha cabida para serlo. De todos modos estoy convencida de que la literatura salva. Y se salva.

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