1 de marzo de 2005

Irse, esa palabrita

Publicación original: Revista Lea, Buenos Aires, marzo de 2005

Mariana Enríquez
Cómo desaparecer completamente

Buenos Aires, Emecé, 2004, 220 pp.

De un tiempo a esta parte, los medios de comunicación (sobre todo la TV) han intentado mostrar uno de los lados más oscuros de Buenos Aires, su patio trasero: la marginalidad de la periferia, la pobreza, lo que suele llamarse “los estratos socia-les por debajo de la línea de la indigencia”. Ese es el mundo donde sitúa su novela Mariana Enriquez. Y sale bien parada.

Cómo desaparecer completamente es una novela de aprendizaje. Matías, el pro-tagonista, es un adolescente situado en el ojo de la tormenta de una familia que se desangra: un padre abusador que se ha ido, una madre desequilibrada, un cuñado asesinado por traficantes de droga, una hermana que se ha transformado –literalmente– en un monstruo, y un hermano que se ha ido a la Barcelona que se transforma en la tierra prometida, el único lugar que le puede brindar una salvación, un escape. Todo en el contexto de una región donde la ley del Estado no existe (la policía no accede salvo para negociar con los dealers) y lo que rige las vidas es la supervivencia del más apto. El borgeano concepto del coraje reaparece un siglo más tarde: si antes el paisaje era un Sur casi mítico y los litigios se dirimían a cuchillo, ahora es el Conurbano el mapa concreto donde los muchachos “antes de ir al baile robaban para poder comprarse unos tragos” y “terminaban cagándose a trompadas o a tiros o acuchillando a alguien”. Matías “no entendía qué carajo había que festejar, si estaban hechos mierda y no tenían plata y les iba tan mal en la vida”, pero igual, obviamente, “le causaba admiración tanto coraje”. El aprendizaje que debe afrontar Matías es cómo salir de allí, cómo irse de su casa y de sus traumas, una misión casi tan difícil como abstraerse del tiempo y el espacio.

Enriquez trabaja muy bien el ritmo del relato, más de 200 páginas cuyos capítu-los están separados apenas por tres estrellitas, sin saltos de página, que exigen una lectura casi de corrido. Hay un buen manejo del lenguaje, aunque en ocasiones la voz del narrador externo parezca impregnarse del léxico marginal de los personajes y eso lo confunda y lo destiña. Y hay un uso excesivo de los recursos de-separar-unir-las-palabras-con-guiones y de Escribir Todas Las Palabras Con Mayúscula, para referirse a los estereotipos; el abuso relativiza el efecto y el propio recurso usado como método termina siendo lugar común.

Por lo demás, Enriquez (que escribe en Página/12 y TXT, tiene 31 años y hace diez había publicado su anterior novela, Bajar es lo peor) ha construido un libro que, si bien no imprescindible, es un exacto fresco de época. Y en este sentido, que el “maestro” del aprendizaje de Matías sea la sombra de su hermano que se fue y sólo le dejó unos cuadernos que él no alcanza a comprender, y que el deus ex machina de la historia sea un enorme paquete de cocaína, simbolizan con precisión la realidad de los sectores excluidos de una Argentina que espera en la sala de recepción de las oficinas del siglo XXI.

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