1 de febrero de 2005

Además de best-seller, malo

Publicación original: Revista Lea, Buenos Aires, febrero de 2005

Roberto Ampuero
Los amantes de Estocolmo

Planeta, Buenos Aires, 2004, 312 pp.

Digámoslo desde el principio: Los amantes de Estocolmo es un libro pésimo. La solapa nos presenta a Ampuero como “uno de los escritores chilenos más exitosos del momento”. De su narrativa dice que es “refrescante, revitalizadora y con un mérito cada día más atractivo: el de la entretención”: todo lo contrario. Construido a través de los típicos artilugios del best-seller (personajes estereotipados, situaciones que suenan a prefabricadas), este relato está escrito en un soso español neutro que no convence a nadie, abarrotado de latiguillos y clisés; un estilo que no se sale de la línea del modelo “escritor sudamericano radicado en Miami que apunta a todo el mercado de habla hispana”.

La historia es la de Cristóbal Pasos, un escritor chileno exiliado en la capital sueca, que a partir de algunos indicios comienza a sospechar que su esposa (una actriz frustrada, también chilena, devenida en agente de ventas de obras de arte) lo engaña. La pseudo-investigación policial que inicia en ese momento se superpone con la redacción de una novela, para cuya trama se sirve de las peripecias que a él le ocurren. Allí comienzan los problemas en la estructura de Los amantes…, porque por momentos se habla de la novela de Pasos en tercera persona, como un objeto ajeno, pero en otros el texto da a entender que la novela de Pasos es precisamente lo que estamos leyendo (es decir, la novela de Ampuero). Es claro que no está mal sembrar la duda en el lector; pero cuando eso se transforma en confusión y da la impresión de que el narrador no sabía adónde iba cuando escribía, estamos en problemas. Y esa sensación aparece no solamente en la estructura general del relato, sino a cada página: por ejemplo, en los constantes cambios en los tiempos verbales, del presente al pasado y viceversa dislocadamente. La novela se cierra con un “informe” de un agente policial (oh casualidad, también chileno radicado en Estocolmo), tan inverosímil el informe como el personaje y como todo lo demás.

Por si hace falta decir algo más, se puede agregar una referencia al discurso del narrador: clasista, prejuicioso y xenófobo. Para él, todas las empleadas domésticas son poco confiables, falsas y mentirosas; en América Latina el pensamiento es tribal (excepto, claro, el de los esclarecidos que logran escapar hacia la civilización); y para hablar del terrorismo de Estado en Chile, se refiere “la disolución violenta de grupos opositores”. La novela toda es un gran eufemismo de 307 páginas, un síntoma del estado de cierto tipo de literatura latinoamericana de éxito.

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