2 de octubre de 2007

La inteligencia, la imaginación encendida

Publicación original: Revista Teína

Una semblanza de C. E. Feiling, a 10 años de su muerte

Vivió 36 años y dejó una obra concisa y brillante. La editorial Norma acaba de publicar un volumen que incluye sus tres novelas y el primer capítulo de la que dejó inconclusa. Una semblanza del escritor, con testimonios de sus amigos —Sergio Bizzio o Daniel Guebel— y de quien fue su última pareja, Gabriela Esquivada.

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Tres días antes de que se cumpliera una década de la muerte de Charlie Feiling, unas cincuenta personas se reunieron en su nombre. La Boutique del Libro, en Buenos Aires, fue el escenario de la presentación de Los cuatro elementos, el volumen publicado por la editorial Norma que reúne sus tres novelas y el primer capítulo de lo que sería la cuarta, obra que dejó inconclusa cuando la leucemia acabó con su vida. Los oradores en la velada fueron Fogwill y Marcelo Figueras, quien destacó una de esas curiosidades y simetrías que a veces parecen gustarle tanto a la muerte:

—Parece que fuera algo especial para los escritores con F, porque Fogwill y Figueras venimos a presentar un libro de Feiling el mismo día en que se muere Fontanarrosa.

El narrador y humorista rosarino había expirado hacía unas horas, ese mismo martes 19 de julio de 2007, después de años de una dolorosa lucha contra la esclerosis. Salvando las diferencias (Fontanarrosa vivió un cuarto de siglo más que Feiling), seguramente quienes se apiñaron en el salón de la coqueta librería porteña —entre ellos, Luis Chitarroni, Tomás Eloy Martínez, Gabriela Esquivada, Sergio Bizzio y Daniel Guebel— habrán pensado en lo que significa la pérdida prematura de un escritor: la pregunta, para siempre sin respuesta, de qué habría creado si hubiese seguido vivo.

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Nació el 5 de junio de 1961 y sus padres lo bautizaron Charles Edward Anthony Keith Feiling. Sin embargo, un detalle no menor —haber nacido en la Argentina— trocó su nombre oficial por Carlos Eduardo Antonio. Aunque nadie nunca lo llamó Carlos: siempre fue Charlie para su familia y sus amigos, y eligió firmar sus libros con sus iniciales, «C. E.», siguiendo el estilo de autores anglosajones como T. S. Eliot, D. H. Lawrence y H. G. Wells.

En un espacio de cuatro años publicó las novelas El agua electrizada (1992), Un poeta nacional (1993) y El mal menor (1996), además de una extraña y erudita colección de poemas titulada Amor a Roma (1995). La cuarta novela iba a titularse La tierra esmeralda.

Antes había estudiado en la Escuela del Sol (en cuyo patio, como contó en uno de sus artículos periodísticos, compuso un rock junto al niño Andrés Calamaro), en el Liceo Naval (donde sus padres lo enviaron «ajenos a que vivían en Argentina y en 1975, no en la Inglaterra de 1930», como escribió Gabriela Esquivada) y en la Universidad de Buenos Aires (donde se graduó de Licenciado en Letras y obtuvo el premio de la Academia Argentina de Letras al mejor promedio de su carrera y el de la Fundación CECC al mejor promedio de todas las carreras de su facultad). Fue docente en varias universidades argentinas y en la de Nottingham, en el Reino Unido. A los 21 años, estuvo al borde de la muerte por un primer ataque fulminante del cáncer, al que logró sobreponerse. Se casó con una compañera de la facultad y se divorció una década después. Y conoció a Gabriela Esquivada, el gran amor de su vida, a quien le dedicó todos sus libros.

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El escritor Daniel Guebel fue uno de sus mejores amigos. «No recuerdo cuándo ni cómo lo conocí», le dijo a Teína. «Tuvimos una relación intermitente, mediada por la desconfianza, de mi parte, y de la benevolencia, por la suya.»

—¿Por qué desconfianza?
—En aquella época (pongan ustedes los años) yo, sin saberlo, había incorporado cierto ideal de la perfección formal desprendido de una lectura schwobiana de Borges. Mi programa era lo sublime literario, aunque mi propia escritura estuviera muy distanciada de eso. En ese sentido, creía que Charlie estaba perfectamente preparado para tomar la posta de esa estética. Como es natural, le había delegado esa tarea sin informárselo, y cuando Charlie publicó El agua electrizada, que a mí me pareció... lo que era, una novela policial, me sentí ofendido. De alguna manera, Charlie me había defraudado. Ahora, con el tiempo, y como es lógico, lo pienso de otra manera. Pero no voy a abundar en el asunto. Lo extraño.

Guebel y Sergio Bizzio publicaron el año pasado El día feliz de Charlie Feiling (Beatriz Viterbo), una novela escrita a cuatro manos (a dos teclados, podría decirse, porque la fueron redactando vía correo electrónico, sin reunirse físicamente ni una sola vez) tan ágil y divertida como emotiva y nostálgica. El relato cuenta un domingo que ambos compartieron con Feiling por antes de su muerte. «¿Sabés?», dice Bizzio que le dijo Charlie, «este fue el día más feliz de mi vida». El recuerdo de aquella jornada abonó durante un decenio la memoria de sus amigos, hasta cobrar forma —como no podía ser de otra manera— de literatura.

Algunas otras referencias literarias:

—Luis Chitarroni, autor del prólogo de Los cuatro elementos, anotó: «No conozco en la literatura argentina imaginación más encendida que la de C. E. Feiling».
—Rodrigo Fresán, en el prefacio de Con toda intención, el libro que recopiló las reseñas y artículos periodísticos de quien fuera su compañero en el diario Página/12, se pregunta qué es la inteligencia. Y se responde: «La inteligencia es Charlie Feiling».

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Hablando de Fresán: Los cuatro elementos lleva como subtítulo «Tres novelas y un bonus track». «No entiendo bien lo de bonus track», dijo con ironía Fogwill en la presentación, «eso es muy Rodrigo Fresán». Fresán, otro escritor con F.

La reedición de la obra narrativa de Feiling estuvo a cargo de Gabriela Esquivada, al igual que la de Con toda intención, publicada por Sudamericana en 2005. Teína le preguntó cómo recuerda ella a Charlie. Desde Estados Unidos, donde reside actualmente, envió su semblanza:

Lo recuerdo de espaldas, subiendo la escalera que daba al altillo donde estaba su escritorio en la casa de Carlos Calvo y Piedras; también de espaldas, llevando la compra en una bolsita, en Charles Street, en Londres. Lo recuerdo yendo a trabajar en sandalias a Página/12; trayendo Página/12 y pan fresco cada mañana. Lo recuerdo en el subte de Londres, en un pub pulguiento, The King of Corsica; en la cocina de las tres casas donde vivimos, preparando algún plato raro. Lo recuerdo en la presentación de El mal menor, pelado por la quimioterapia, y antes escribiendo El mal menor en Iowa; descalzo alcanzándome el original de El agua electrizada, en mi vieja casa del Once, y escribiendo allí, en su primera computadora, Un poeta nacional. Lo recuerdo traduciendo con Luis Chitarroni fragmentos del Finnegans Wake, tomando bourbon; leyéndome en voz alta a Philip Larkin u Ogden Nash o Leopoldo Lugones o Néstor Perlongher. Lo recuerdo en la Academia Nacional de Medicina, esperando los resultados de los estudios del día o el turno para la medicación; lo recuerdo en cada hospital y recuerdo el hueco que su cabeza dejó en la almohada cuando lo llevaron a terapia intensiva el día en que murió, el 22 de julio de hace diez años; recuerdo lo último que vi de él, el pulgar levantado. Lo recuerdo en el bar de la vieja librería Gandhi, en la calle Montevideo, y en un bodegón mínimo que ya no existe, por esa misma calle hacia Congreso, Carlitos; en un restaurante japonés algo secreto, en un primer piso. Lo recuerdo en el Habana Libre, en el sótano-cuarto de huéspedes de la casa de su amigo Luis Naón, en París; en la casa del Once, al amanecer; sin dormir en la de Carlos Calvo, escuchando a Leonard Cohen o mirando películas de terror.

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Si hubiese seguido vivo, Charlie Feiling habría escrito. Difícil saber qué, más allá de La tierra esmeralda y los otros pocos textos que alcanzó a esbozar. Pero probablemente habría seguido arriesgándose al abordar nuevos géneros (sus relatos pasan por la novela de aprendizaje y la policial, la histórica y la de aventuras, la de terror y la de fantasía), y también habría seguido su camino de crítico lúcido e incisivo, como aquella vez en que escribió —y generó una polémica— contra Osvaldo Soriano en la revista Babel, en 1990. (Soriano, otro autor muerto antes de tiempo. Y ya que estamos: ¿no serían Soriano y Feiling dos buenos exponentes de formas antagónicas de hacer y entender la literatura argentina de los últimos, digamos, 25 años?)

Durante la presentación de Los cuatro elementos, también Figueras mencionó cómo recuerda a Feiling: parado bajo el marco de una puerta, durante una fiesta en casa de un amigo común. Fue, dijo, la única vez que lo vio, y esa es la única imagen que tiene de él.

—No recuerdo si tenía una copa en la mano —describió.
—Seguro que la tenía —añadió Fogwill.

En todo caso, todo el que lo haya conocido o leído probablemente tenga su propia imagen de Charlie Feiling. Ahora que sus novelas son más fáciles de hallar, será posible que lo conozcan nuevos lectores, y cada uno podrá verlo quizá con una copa de vino en la mano, o recitando poemas, o junto a un chico con sueños de cantante, en el patio de una escuela, componiendo una canción, o levantando el pulgar a pesar de todo.

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