2 de febrero de 2008

Una recorrida por la picaresca oculta del Perú colonial

Publicación original: Revista Teína

Fernando Iwasaki
Inquisiciones peruanas

Madrid, Páginas de Espuma, 2007

¿Era la Lima del siglo XVII «una ciudad perfumada de magnolias»? ¿Sus habitantes estaban «entregados al rezo y los cilicios»? Esa es la imagen que todavía sobrevuela ciertos imaginarios, alimentada incluso por ciertos pasajes de Henry James, Conan Doyle y H. P. Lovecraft. Iwasaki recupera historias que durmieron durante centurias en el Archivo de Indias de Sevilla para demostrar que la historia de la vieja capital del virreinato es mucho más divertida de lo que parece.

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La versión del libro Inquisiciones peruanas, del peruano Fernando Iwasaki, que vio la luz en España en septiembre de 2007 de la mano de la editorial Páginas de Espuma es fruto de años de trabajo. En varios sentidos.

Por un lado, porque se trata de la edición definitiva de una obra publicada por primera vez en 1994, cuando apareció en un volumen «artesanal» (según el propio autor) a cargo de una editorial sevillana. Y con cada reencarnación, la obra «ha crecido en reos, calabozos y procesados», explica Iwasaki, quien afirma que con esta última da el libro «por cerrado; pues cada día se me pone más contemporáneo y no quiero que pierda su rancio perfume colonial».

Pero además ya desde su primera aparición había años de trabajo detrás de sus páginas: años durante los cuales Iwasaki indagó las páginas y los folios de los Archivos de Indias de Sevilla, ciudad a la que llegó en la década de los 80 para hacer su tesis doctoral y en la que se quedó para siempre.

El libro se presenta como un catálogo de personajes históricos del Perú colonial, es decir, entre los siglos XVI y XVIII. Iwasaki —con una prosa detallada y detallista y que aprovecha al máximo las posibilidades de la ironía y de una lectura desfasada en algunos siglos— enumera vidas y obras un poco a la manera de Borges en su Historia universal de la infamia, aunque con una diferencia: mientras el argentino agregaba deliberadamente elementos de ficción a los casos que compendiaba, el peruano no incorpora ningún dato que no provenga de los archivos que se encargó de escudriñar. De modo que aquí no juega tanto la inventiva del escritor como la imaginación y el celo de los monjes y clérigos inquisitoriales.

Uno de esos textos, por ejemplo, relata que María Pizarro, una dama del siglo XVI,

estando en su cama, vio entrar al demonio en calças y en jubón, y así como venía se echó en ella. Y ella lo avía sentido y la besaba y la abraçaba y sentía que tenía parte con ella como suele tener un hombre con una muger…

Y así. Es decir, si ya los materiales iniciales cuentan que las mujeres de aquella época veían al diablo en calzoncillos, sólo se necesita una mano hábil para organizar aquellos documentos, un libro ágil y entretenido. Un libro moderno. Y Fernando Iwasaki tiene esa mano.

DERRIBANDO MITOS

Él mismo se sorprende de la imagen que existe de Lima en el imaginario, y de cómo ayudan ciertos textos de Henry James (Watch and Ward, en el que «el joven protagonista se enamora de una dulce limeña de ojos avellanados»), Conan Doyle (en El vampiro de Sussex, Sherlock Holmes persigue a una «refinada y sensual asesina peruana») y H. P. Lovecraft (que ubica en la biblioteca de la Universidad de San Marcos uno de los ejemplares de su mítico, «apócrifo y terrible» Necronomicón). Y se encarga, como el investigador minucioso que acumula prueba sobre prueba para derribar el castillo argumentativo al que se enfrenta, de desarmarlo.

Cada uno de los 17 capítulos del libro incluye varios pasajes textuales de los documentos de la Inquisición, los cuales, a su manera, echan por tierra la vieja creencia de que Lima fue durante aquellos años «una ciudad perfumada de magnolias», habitada por «una austera población entregada al rezo y los cilicios», como explica el autor en el Exordio. En el Prólogo es Mario Vargas Llosa quien explica que aquel era en realidad «un mundo de represión y estupidez amorosa, que, por ello mismo, prohijó y alentó las peores taras y depravaciones». Y que, de paso, le dio su materia prima a este libro.

Así, entre los personajes que desfilan por el libro están un jesuita confesor de señoras que no podía evitar el contacto físico con ellas, una «Eva limeña» que se pretendía fundadora de una nueva raza limpia de pecado y para cuya misión debía conocer a todos los hombres de la ciudad, un tesorero deshonesto conocido como «Monedero de Dios», un cura falso que se aprovechaba del éxito que con las mujeres parecía otorgar una sotana y una deliciosa «zurcidora de virginidades y buscona de simiente».

La editorial Páginas de Espuma incluye en su catálogo esta versión definitiva de Inquisiciones peruanas (o Inqvisiciones pervanas, como juega con la grafía el autor, que agrega como subtítulo Donde se trata en forma breve y compendiosa de los negocios, embvstes, artes y donosvras con que el demonio inficiona las mientes de incavtos y mamacallos), según reza la contratapa, «con la esperanza de que su autor sea prohibido o —por lo menos— excomulgado». Si se tiene en cuenta el valor (económico) agregado que genera la Iglesia cada vez que habla mal de un libro o una película, a esta editorial madrileña no le vendría nada mal la excomunión de Iwasaki. Esa suerte de efecto contrario se parecería, de alguna manera, al que generaron las prohibiciones en materia sexual establecidas por la Inquisición en el Perú colonial: las divertidas historias recabadas en el libro en cuestión.

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