3 de febrero de 2008

Chau, Negro: a 20 años de la muerte de Olmedo

Publicación original: Revista Caras y Caretas, Buenos Aires, febrero de 2008

El cómico rosarino cambió la forma de hacer humor en la televisión de nuestro país, pero a los especialistas les cuesta reconocer sucesores o herederos. ¿Quedó algo de su humor? Las huellas de un personaje elevado por los argentinos a la categoría de mito.

--
Cierta vez le preguntaron a Alberto Olmedo qué le gustaría que quedara de él. El cómico rosarino respondió: “Una estatua a mis manos en la calle Corrientes, para que la miren y digan ‘chau, Negro’. Nada más”. A falta de pocos días para que se cumplan 20 años de su muerte, en Buenos Aires no hay ninguna estatua a sus manos, pero el legado que dejó en el corazón de los argentinos es indeleble. Que meses atrás haya estado entre los cinco finalistas del programa El gen argentino, o que hace un par de años una encuesta lo eligiera (por amplio margen) como el mejor actor cómico nacional de todos los tiempos, son sólo dos detalles en los que se materializan el recuerdo y el cariño.

El aniversario de su muerte, ocurrida aquella absurda mañana del 5 de marzo de 1988 en que cayó de un balcón en Mar del Plata, es sin embargo buen motivo para hacerse una pregunta cuya respuesta quizá no sea tan sencilla de responder: ¿queda algo de Alberto Olmedo en el humor que se hace actualmente en la TV argentina?

Juan José Becerra, autor de la biografía Olmedo, Negro querido y de varios libros sobre la televisión, opina que el cómico que interpretó al Manosanta y al Capitán Piluso “no tuvo herederos” porque su humor era “improvisado, gestual, sin escuela”. El escritor cree que el mejor humor en la televisión post-Olmedo lo hicieron Alfredo Casero y su grupo en Cha Cha Cha, a comienzos de los 90, y más tarde Diego Capusotto y Fabio Alberti en Todo por dos pesos. Por supuesto, en registros por completo diferentes a los transitados por No toca botón.

“Los ciclos humorísticos que pretendieron tener la impronta de Olmedo no tuvieron gran éxito”, destaca por su parte la periodista especializada en TV Laura Ubfal. Agrega que “Olmedo fue especial” y que el único sucesor que puede reconocer, aunque “en otro estilo”, es Guillermo Francella.

Para Martín Rodríguez, gerente de Contenidos del sitio web Televisión.com.ar, la cuestión es más amplia: “Hoy no hay programas de humor”, arriesga. “El humor está esparcido en distintos programas: nadie concibe una ficción sin humor, desde las telenovelas como Montecristo hasta todas las tiras costumbristas de Polka. Incluso en los noticieros, para matizar las malas noticias ponen cosas de humor”.

Rodríguez menciona dos ejemplos para ilustrar la ausencia de programas de humor en la tele local. El primero, el de la troupe Capusotto & Cía: “En el cable tienen mucho éxito, pero en TV abierta son, con toda la furia, un punto de rating”. El segundo, el de los Midachi: “Telefé y Canal 13 se pelean por pasar sus shows en el teatro, porque tienen mucha audiencia. Pero cada vez que probaron un programa televisivo fueron un fracaso”. ¿El motivo? “Tal vez fue tan fuerte el mito de Olmedo que no permitió que naciesen continuadores —dice Rodríguez—. Eso también es típico de la Argentina, ¿no?”.

El lado de atrás

En general, los especialistas coinciden en destacar un sello en la TV hecha por Olmedo: haber mostrado lo que ocurría detrás de las cámaras. El humorista, además de hacer de la improvisación un método (cuentan que llegó a hacer un sketch de 25 minutos sin libreto), se “salía del cuadro” para besar a los camarógrafos, quitarles los guiones a los apuntadores y mostrar que el decorado se caía a pedazos.

“Su impronta humorística y su pasado de técnico televisivo le permitieron moverse con igual gracia delante y detrás de cámaras. En ese momento, ver las bambalinas de la tevé fue algo revolucionario”, explica Ubfal. “Fue un gesto reformista en la construcción de la imagen televisiva —afirma por su parte Becerra—. Olmedo atravesaba esa frontera invisible, mostraba el backstage, y eso aportó mucho a los televidentes. Yo me acuerdo que en esa época era chico y pensaba: ‘Esto es la TV, hay una construcción’. Creo que ahora, gracias a eso, no hay un televidente más desconfiando que el argentino”.

En este sentido, Rodríguez señala que “televisivamente hay todo un debate sobre el mostrar la parte de atrás, porque si la TV es una gran fantasía, esto no ayuda a construirla”. De todos modos, admite que a Olmedo el recurso “le funcionó”. Hasta el propio director de No toca botón, Hugo Sofovich, declaró alguna vez que “la gente se enganchaba mucho con esa desmitificación de las fantasías” del medio.

Objeto de culto

En julio de 2006 se inauguró en el Palais de Glace (es decir, en el mismo edificio que antes ocupó el viejo Canal 7, donde Olmedo hizo sus primeros palotes televisivos) la muestra “Olmedo, 50 años en escena”. Mariano Olmedo, uno de los hijos del actor y organizador de la muestra, destacó en ese momento que la crítica contemporánea “decía que sólo hacía películas chabacanas y lo menospreciaba”. “Él sabía que hacía humor popular, y que era para siempre —agregó—, pero nunca se imaginó tanto reconocimiento de ciertos sectores. Ahora, hasta en la UBA usan sus personajes para dar clases”.

Así era: No toca botón aparecía como un programa “grasa”. Competía los viernes a la noche con Calabromas, y muchos lo veían, recuerda Rodríguez, como un enfrentamiento entre “el humor sano para toda la familia y el chanta zarpado”. “La muerte borró sus miserias y elevó sus talentos”, agrega el editor de Televisión.com.ar, y “Olmedo se convirtió muy rápidamente en un tipo de culto”.

De hecho, comenzó a ser estudiado en la universidad al año siguiente de su muerte: el sociólogo Oscar Landi y sus colaboradores dedicaron un cuatrimestre de 1989 al curso “El fenómeno cultural de Alberto Olmedo”, destinado a alumnos de Sociología y Comunicación de la UBA. La tesis de los estudiosos era que Olmedo representaba el “humor de la crisis”.

“La crisis quedaba expuesta en un repertorio de procedimientos muy puntuales —decía Landi en un artículo publicado en Clarín en 1991— como perder el hilo de lo que se está diciendo, tener que resolver situaciones sobre la marcha, sobrepasado por las circunstancias, sacar provecho de la incoherencia y la dispersión, perder los puntos de referencia por orientarse; chantear, desresponsabilizarse por lo que se hace, hasta la enorme metáfora final del Manosanta, donde también fallaba la magia periférica. Por eso su humor era tan denso y compacto, tan atractivo. Y por eso también se siente tanto la falta de Olmedo. La crisis argentina se ha quedado sin su parodista”.

El fin de una era

Olmedo se fascinó con la novela A sus plantas rendido un león, de Osvaldo Soriano. Tanto, que proyecto producir una versión cinematográfica. La muerte truncó sus proyectos. Soriano, que lo admiraba y compartía con él el menosprecio de la crítica seria, escribió que “con él desapareció una forma de hacer comicidad”.

Caloi, el humorista gráfico, supo contar una anécdota: Olmedo estaba sentado a la cabecera de una larga mesa de un restorán junto a varias personas. De repente, se paró y dijo: “Voy a hacer el truco que hago todas las noches: voy a tirar de la punta de este mantel, lo retiraré lentamente y todas las cosas que hay encima van a quedar sobre la mesa”. Tiró y, a diferencia de lo que anticipó, platos, vasos, botellas y demás cosas cayeron al piso y se partieron en pedazos. El actor, sin inmutarse, dijo: “Me falló otra vez”.

Olmedo, gigante, no tuvo herederos. No hizo escuela. Desapareció, con él, esa forma tan suya de hacer comicidad. Donde cualquier otro sólo podría generar un escándalo de vidrios rotos y restos de comida, él producía una gracia y una anécdota. A dos décadas de su muerte, la televisión se pregunta cómo hacer un programa de humor. Y mientras, como canta Fito Páez, Olmedo se sigue riendo de todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario