1 de agosto de 2007

Charlie Feiling, un escritor nacional

Publicación original: Revista Caras y Caretas, Buenos Aires, agosto de 2007

Se cumplieron diez años de la muerte de C. E. Feiling. Vivió 36 años y dejó una obra concisa y brillante, reeditada ahora en un volumen que incluye un bonus track: el primer capítulo de la novela que dejó inconclusa.

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¿Será verdad que escribir una semblanza o un retrato literario es imposible? En caso de que no lo sea, de que sí se pueda hacerlo, esta semblanza podría comenzar diciendo que el 22 de julio se cumplió una década de la muerte de Charlie Feiling. Que “Charlie” no era su verdadero nombre, por supuesto, como tampoco lo era Carlos Eduardo Antonio (como decía su DNI), ni Charles Edward Anthony Keith (como lo bautizaron sus padres), ni C. E. (como firmaba sus libros). Se llamaba un poco de todas esas formas. Podría decir también que cuando murió tenía 36 años y tres novelas publicadas, y una cuarta en camino, y poemas y amigos y una mujer a la que amaba. Y que ahora todos ellos lo extrañan.

¿De verdad Charlie Feiling dijo que un retrato literario es imposible? No. O sí. Lo que seguro dijo es que él escribía mal. Y “tengo toda la intención de seguir escribiendo mal”, anotó en 1994, “vale decir a contrapelo de la versión dominante de la literatura argentina”. Así, hecha esa declaración de principios, siguió adelante. Escribiendo. Hasta el último momento.

Obra

Con motivo del décimo aniversario de su muerte, la editorial Norma acaba de publicar Los cuatro elementos, un volumen con la narrativa completa de Feiling. Incluye sus novelas El agua electrizada (de 1992), Un poeta nacional (1993) y El mal menor (1996), y el primer capítulo —inédito hasta ahora— de La tierra esmeralda, el relato en el que trabajaba cuando la leucemia le dijo basta.

“Charlie escribió tres capítulos de La tierra esmeralda”, explicó Gabriela Esquivada, última pareja de Feiling, quien estuvo a cargo de la edición del nuevo libro. “Únicamente el primero está corregido y terminado —agregó—; los otros dos, si bien en mi opinión se podrían publicar, ya que no son borradores, carecen de su mirada final. Yo contradije su voluntad leyendo esos capítulos, y creo que conviene no repetir y ampliar ese error publicándolos. El autor era él, no yo”.

Esquivada también estuvo al cuidado de Con toda intención, una recopilación de 71 de los más de 400 artículos y ensayos que Feiling escribió para diarios y revistas, publicada hace dos años por Sudamericana. Leer esos textos permite aproximarse a (darse una idea de) sus conocimientos vastísimos, su pluma excelsa, su afilada lucidez.

Además de su tríada de novelas (definidas por Rodrigo Fresán como “una especie de regocijado y atípico e internacional —pero al mismo tiempo muy argentino—, polimorfo y perverso paseo por diferentes géneros”), Feiling publicó un libro de poemas, Amor a Roma, en 1995. La calidad de esa concisa obra, que vio la luz editorial en un lapso de cuatro años, basta para ubicarlo entre los autores argentinos más importantes de las últimas décadas.

Vida

Nació en Rosario el 5 de junio de 1961, en el seno de una familia con raíces británicas. Obtuvo su licenciatura en Letras en la UBA y luego confeccionó una brillante carrera académica, que incluyó la docencia en varias universidades argentinas y en la de Nottingham, Gran Bretaña. En 1990 decidió abandonarla y dedicarse de lleno a la literatura y al periodismo cultural.

Que es imposible escribir un retrato literario lo dice el Charlie Feiling-personaje de la novela El día feliz de Charlie Feiling (Beatriz Viterbo, 2006), de sus amigos escritores Daniel Guebel y Sergio Bizzio. Se trata de “una evocación telepática y a dúo” (Guebel dixit) que cuenta la historia de un domingo que ellos tres fueron a pasar a la casa de los padres de Bizzio, en Villa Ramallo. En el final, el Feiling-personaje se refiere a “lo irreal de proponerse una semblanza”, que según él es una de las formas de la muerte. Otra es el olvido. Y hay una más, sólo para escritores: “Saber que cuando ustedes escriban esta historia toda palabra que me atribuyan no la habré escrito yo”.

Vaya a saber si el Feiling real dijo algo así o no. “Me gustó evocar a Charlie, atribuirle palabras que no dijo o recordarlas sin saberlo”, señaló Guebel. Lo cierto es que el recuerdo de los otros es lo que queda cuando uno ya no está. Y que ese recuerdo se materializa en palabras. Para referirse a un escritor —en una semblanza o como se llame este tipo de textos— no es poco.

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