(o cómo publicar por fuera de las editoriales)
Publicación original: Revista Mundo Diners, Nº 342, Quito, noviembre de 2010
Antes (y cuando decimos antes a veces parece que habláramos del tiempo de nuestros abuelos, pero no, es hace poco, muy poco) publicar un libro era algo reservado para un pequeño círculo. O, mejor dicho, para dos. Por un lado, los privilegiados que, además de escribir muy bien, tenían los contactos suficientes o la suerte de estar en el lugar justo y en el momento adecuado para que la varita mágica cayera sobre ellos. Y, por otro, los que decidían costearse sus propias ediciones. Esto último exige, para que el precio por unidad sea rentable, embarcarse en una tirada de al menos dos o tres cientos de ejemplares, lo cual significa una buena cantidad de dinero, algo de lo que no muchos —está claro— pueden disponer.
Sin embargo, para bien o para mal, los tiempos están cambiando. Las órbitas por las que giran los mundos de la industria cultural adoptan nuevas rutas, y muy rápidamente. Al cabo de la primera década del siglo XXI, como consecuencia de la digitalización de los contenidos, nada es lo mismo ni para la música, ni para el cine, ni para la TV, ni —aunque en menor medida— para la literatura. Ya se puede decir que los escritores no dependen de las editoriales para publicar; al menos, no de lo que tradicionalmente entendemos por editoriales. Las consecuencias de esta apertura son todavía difíciles de pronosticar.
La oferta vs. la demanda
Hay un concepto que vino a modificar el mundo de la publicación: el de la impresión por demanda. El escritor se autoedita. ¿En qué se diferencia esto con el método que mencionábamos al principio, consistente en pagarse las propias ediciones? Sobre todo, en los costos. La impresión de libros por sistemas tradicionales —como el offset— se rige por las mismas normas que la fabricación en serie de cualquier otro objeto: a mayor producción, menos costo por unidad (y viceversa). Entonces, si uno quiere editar diez o veinte ejemplares, el precio por cada uno resulta exorbitante; asume valores “normales” a partir de una tirada de 200 ó 300.
¿Qué pasa con la impresión por demanda? Que si uno quiere editar diez o veinte ejemplares, o cuatro o apenas uno, el precio es el mismo. Y es asumible: un libro de 200 páginas, en un formato de 15 x 21 centímetros, cuesta unos 13 dólares. Existen portales en internet dedicados a este sistema, como el estadounidense Lulu.com y el español Bubok. El procedimiento es muy simple: subes el archivo digital de tu obra a la web, completas su ficha técnica, eliges el tipo de encuadernación y diseño y… listo. El libro ya está a la venta.
Lulu.com se fundó en 2002; cinco años después ya alcanzaba el millón de libros vendidos. El presidente ejecutivo de Lulu.com, Bob Young, señaló en una entrevista: “Nuestra propuesta es cederle todo el poder a los autores, a diferencia de las editoriales tradicionales, que se reservan el control sobre las obras”. De eso se trata, precisamente: con el poder en manos de los autores, las editoriales tradicionales ya no son imprescindibles, la creación y circulación de libros puede funcionar de otra manera.
Cómo funciona el mundo
El “juguete nuevo” del mercado editorial se llama libro electrónico. Tan nuevo como desconocido: ni siquiera está claro si con la expresión libro electrónico o e-book nos referimos a la versión digital de una obra literaria (es decir, el contenido) o al artefacto parecido a una agenda que, en los países desarrollados, mucha gente ya lleva en su bolso cuando va al trabajo (o sea, el soporte).
¿Representa una ventaja para los escritores la aparición de estos nuevos dispositivos? Sí, por lo menos en teoría, y sobre todo para los escritores cuyos nombres no aparecen en los suplementos culturales. Porque el camino entre el creador y el lector puede ser mucho más directo. Pensemos en el proceso tradicional: el autor termina su obra, la lleva a la editorial, donde pasa por múltiples manos y ojos (lectores, editores, correctores), luego el original va a la imprenta, después a los distribuidores, más tarde a las librerías y finalmente llega a las manos del comprador.
Ahora veamos las posibilidades que abre el nuevo reproductor: el autor, sin necesitar más que una conexión a internet, puede ofrecer su obra a través de blogs, páginas web, envíos por correo electrónico, redes sociales o el método que se le ocurra, y el lector, en cualquier lugar del mundo, la descarga en su e-book y la lee. Sin intermediarios. Es decir, también en este caso, la editorial tradicional pierde su razón de existir.
Siempre queda lo de siempre
Hay más variantes. Publicar textos directamente en internet, por ejemplo, no como archivos para reproductores e-books sino para ser leídos en la propia web. Las blogonovelas —que no son otra cosa que folletines a la usanza clásica adaptados al soporte digital— han tenido, hasta ahora, suerte dispar.
Unas pocas se han destacado, como las del argentino afincado en España Hernán Casciari, autor de novelas cuyo germen estuvo en blogs: Más respeto que soy tu madre y El pibe que arruinaba las fotos. Sin embargo, la aspiración sigue estando, da toda la sensación, en otra parte: por algo, el parámetro del éxito de una blogonovela parece estribar en su publicación en papel.
Y siempre queda lo de siempre, claro, los recursos artesanales. Olvidémonos de internet: la PC y la impresora más baratas del mercado actual otorgan resultados mucho mejores que el más desarrollado mimeógrafo de tres décadas atrás. Todavía hay fanzines que circulan aquí y allá, poemas y relatos breves que nos esperan en la mesa de algún bar o el mostrador de una librería, hojas grapadas y dobladas a mano que alguien ha soltado como mensajes en una botella (pero sin botella) en el mar de gente. Algunos de esos mensajes, todavía, siguen llegando al destino adecuado.
“Mi libro”
El escritor Ricardo Piglia imaginaba —en una entrevista, unos cuantos años atrás— que el Estado debía garantizar la aparición del primer libro de todo aquel que deseara publicarlo. Tal vez ese momento esté llegando, no de la mano del Estado pero sí de internet y las nuevas tecnologías. Desde luego, no es fácil que Lulu.com o la oferta de un PDF en un blog generen un best-seller, pero sí que cumplan otros objetivos.
¿Cuántas obras duermen el sueño de los justos en un cajón, en miles de cajones, obras sin pretensiones de genialidad ni de superventas pero de gran valor para sus autores? Memorias, relatos de viajes, colecciones de cartas, resúmenes de las partidas de ajedrez del club del barrio, etc., etc. Sus autores, sabedores de que una editorial tradicional nunca los publicaría, quizás ahora por fin accedan a la posibilidad de tener el objeto-libro en sus manos, para conservarlo, regalarlo a sus familiares y amigos… ¿Alguien puede negar el valor de estas historias mínimas?
Las posibles aplicaciones de estos sistemas son numerosísimas. Un día llegarán los abogados a hacerse cargo de los vacíos legales que empiezan a generarse, y determinarán si la publicación en internet sirve como prueba de autoría en caso de una demanda por plagio, si un texto publicado en la web puede ser presentado en un concurso literario en cuyas bases se establece que sólo pueden participar textos inéditos, etc. Pero también llegarán nuevos usos y más posibilidades, algunas de las cuales seguramente aún no podemos siquiera imaginarlas.
¿Quién dijo que es fácil?
Una mirada ingenuamente optimista podría decir que la difusión de los e-books y la impresión por demanda implican una democratización de la literatura. Desde un punto de vista técnico, que a uno de estos reproductores llegue la trilogía Millenium de Stieg Larsson cuesta tanto como que lo hagan los cuentos de mi primo Pepe. Total, no es más que un archivo digital que cabe en cualquier pendrive. Desde un punto de vista comercial, el volumen de esos cuentos puede ser tan fácil de comprar como la última novela de Paulo Coelho. Pero…
Todos sabemos que no es así como funciona el mundo. La música vale como ejemplo: con las computadoras, para un cantante o un grupo es relativamente fácil grabar sus canciones y hacerlas circular en formato mp3. Sin embargo, lo que todos llevamos en el iPod sigue siendo, en general, los mismos temas que suenan en la radio. En teoría, que mi primo Pepe sea leído en cualquier e-book en el metro es fácil; en la práctica, es casi una quimera.
Un caso real: un aficionado publica una novela en Bubok; una semana después escribe un e-mail pidiendo a los responsables que “revisen la página, porque tiene que haber un error”. ¿Por qué? “Hace una semana subí mi novela y todavía nadie la ha comprado”. Cándido hasta la exasperación, ese aprendiz de escritor cuenta con que los demás hagan lo que nadie hace (tampoco él, por supuesto): comprar un libro de un autor desconocido del que nadie habla y que nadie les ha recomendado.
La realidad indica que todos necesitamos de filtros, orientaciones y guías para saber qué camino tomar, y al menos por ahora, esa sigue siendo función de editores y directores de marketing. Y no hay indicios de que el panorama vaya a cambiar en el futuro inmediato.
¿Todo esto importa? Sí y no. Está bien tenerlo en cuenta para no caer en el error de creer que estos nuevos sistemas constituyen una panacea para esa pretendida democratización de la literatura. Pero, más allá de todo, el libro de mi primo Pepe estará allí publicado, disponible, al alcance de cualquiera, cosa que de otro modo, antes, no habría podido pasar. Luego, como siempre, los libros hacen al andar sus propios y azarosos caminos. Y, como todos sabemos, nunca se sabe.
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